La pianista

La pianista

Heylibido

28/06/2023

Fui considerado uno de los mejores estudiantes de piano del conservatorio, así como también un prodigio con el violín. Pero mi verdadero sueño siempre fue seguir los pasos de mi mentor, Daniel Barenboim, y convertirme en un director de orquesta. Tras una disputa con mis padres, decidí dar el siguiente paso y abandonar mi querida España, para así emprender mi viaje a Berklee, ya que gracias a la recomendación de mi mentor, se me hizo muy fácil conseguir una beca de estudios.

Nos encontramos un sábado 21 en el aeropuerto Kennedy, de New York, él procedente de Buenos Aires y yo de Madrid. Aún no iniciaban las clases en Berklee, así que nos tomamos unos pequeños días para poder recorrer el Lincoln Center, mi mentor había sido invitado al show de « The Three Tenors» (José Carreras, Plácido Domingo y Luciano Pavarotti), en el teatro Ópera Metropolitana. Sin sonar exagerado, fue el mejor recital al que asistí en mi vida. Daba la impresión de que la orquesta filarmónica y el director, estaban muy concentrados, sufriendo por mantener una perfección sinfónica, siguiendo cada nota de la partitura, mientras que esos 3 grandes se divertían en el escenario. Una experiencia inolvidable.

Finalizadas mis vacaciones, me daba la impresión de que todo lo que estaba viviendo no era más que parte de un sueño, dejando del lado todas mis habilidades como multinstrumentista​, estaba cerca de iniciar mis estudios como director de orquesta, para así poder cumplir mi sueño. En Berklee tan sólo me conocían como el protegido del profesor Daniel, así que dependía de mí, ganarme un nombre. Estaba muy seguro de que nada ni nadie podía impedirme lograrlo. Hasta que un día recorriendo las salas de música, escuche la música de un piano, era un sonido un poco ortodoxo, las notas no eran perfectas, pero el sonido era bastante bueno, transmitiendo una pequeña sensación de calidez que llegó a conmoverme. Seguí el sonido del piano, hasta llegar a el, y fue así como conocí a Sofía.

—¿Te gusta lo que estás escuchando? —me preguntó, mirándome a los ojos.

—Sí —respondí yo, bajando la mirada, cosa que a ella al parecer le gustó.

—Y ¿por qué tan serio? Mi nombre es Sofía, mucho gusto.

— El gusto es mío, soy Iván Espinosa. 

Sonrojado y turbado miré alrededor, como si buscara un hueco donde esconderme. Mientras ella tocaba de forma despreocupada, como si ignorara mi existencia, se notaba que ella era un espíritu libre que tocaba el piano simplemente por pasión. Mientras que yo en mi cabeza no podía entender como es que teniendo tanto talento, no respetaba las partituras, y se saltaba algunas notas adrede. No quería corregirla, porque no la conocía, pero he de confesar que había algo en ella que me encantaba. 

Después de una gran charla con Sofía, logré comprender un poco más de su filosofía bohemia, su mayor sueño era volver a su querida Colombia y ser una profesora de piano, estaba deseando obtener un título en Berklee para conseguir grandes trabajos, para luego poder abrir una escuela en su localidad. Las metas que ella tenía, carecían de grandeza, era totalmente opuesta a mí, mientras que yo aspiraba a lo más alto, pretendiendo ser el sucesor de Daniel Barenboim y debutar en la ópera. Ella soñaba con enseñarle a tocar piano a los niños de su localidad. Pero su carácter era así: todo su temperamento era travieso. Después me enteré de que su rendimiento académico no era de los mejores, tan sólo ofrecía el esfuerzo necesario para aprobar. Sin duda, un desperdicio de talento. Pero aún así, no podía sacar de mi mente, el sonido de su piano. 

Así fue como nos conocimos, y desde aquella tarde el sonido de su piano no me ha dejado en paz ni un momento. No he estado nunca enamorado, de modo que el sentimiento que sentía por ella y su música, era sin lugar a dudas sólo admiración. Sentía que si ella acataba mis correcciones, podría convertirse en una de las mejores pianistas del mundo. El día que nos volvimos a encontrar, me armé de valor y le dije todo lo que sentía, ella andaba en el misma aula de siempre, pero estaba vez estaba concentrada en su lectura, estaba leyendo La pianista de Elfriede Jelinek, mientras que yo la criticaba por no respetar las partituras de Dvořák. Cuando terminé de dar mi crítica, ella cerró su libro, y me miró enfadada.  

Probablemente su infeliz rostro reflejaba su desconcierto, Dios sabe lo que pasaría por su mente en ese momento, pero en su rostro había algo que me atraía irresistiblemente, tenía una cara pálida y delgada, que a través de una irreprochable belleza de unos rasgos correctos y limpios, a menudo prodigaba melancolía y tristeza junto a sus notas musicales. ¿Será que extrañaba a su familia en Colombia? Ahora simplemente no podía dejar de pensar en su belleza, mientras ella hacía su merecido descargo; sonaba Requiém de Mozart en mi cabeza, estaba a su merced, tan sólo opté por darle la razón en todo, y quedarme callado. Resumiendo, ya no sabía lo que quería, mi futuro estaba en sus manos. Pasaron los meses y yo no podía despegarme de Sofía, la conexión que tenía con ella, al menos por mi parte, era un sentimiento único. 

He aquí que una mañana vino a verme mi mentor, me preguntó si estaba enfermo o algo parecido, ya que que llevaba días desaparecido de clases. Resulta que Martha Argerich había llegado a Berklee en búsqueda de talentos para una pequeña gira por Sudamérica, Sofía me dio un boleto de invitado para poder asistir como público a las audiciones, quería demostrarme algo. Tenía un mal presentimiento, las audiciones no me sorprendían, hasta que llegó su turno, y como era de esperar, desde la primera nota impresionó a todo el mundo, lo que transmitía Sofía era literalmente su alma en cada nota. Me preocupé, me confundí, sentí dolor, y también amor, amor por la música y por su interpretación, desde esa noche ella dio a conocer su increíble talento. Simplemente empezó su carrera musical, y nunca regresó. 

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