Tengo en casa el objeto más extraño. Es grande y bulboso, parece un globo inflado; pero no es ligero como éste, más bien da una idea de pesadez, de gravedad, aunque es móvil. También es parlante, siempre hace ruidos. Hasta la más pequeña tarea viene acompañada de sus chirridos. Le gusta jugar, se entretiene frente una pantalla, como hipnotizado y tiene unos hábitos muy predecibles. Dicen que es inteligente, pero no lo es tanto, pues siempre me pregunta todo a mí. Es fiel, si, y obediente. Cuando estoy por ahí en la mesa del comedor o acostado en el sofá y hago cualquier ruidito, un tilín, un chirp, o un tuitu, o si me da por cantar la canción completa, el viene corriendo a ver qué es lo que quiero. O más bien, a ver qué es lo que tengo que decirle o mostrarle. Creo que no puede vivir sin mí.

Yo no sé muy bien para qué sirve este objeto. A mí me sirve, sobre todo para mantenerme con las pilas cargadas. Él es el que corre a conectarme cuando le aviso que tengo baja la batería. También es mi medio de transporte. Me mueve dentro de la casa, me lleva en su morral, me saca en el metro, nos conectamos a sus audífonos y nos ponemos a ver videos. A veces, en su oficina, me saca en su cubículo y jugamos unas cuantas partidas de Candy crush. Me lleva con él siempre, cuando va al parque, a cenar con sus amigos, a tomar unas copas al bar. Creo que soy lo que más quiere en el mundo.

Este objeto del que hablo es un ser extraño. Yo diría que está hecho de un material blando, cuando sus dedos me acarician, se deslizan por mi superficie, pasando las fotos de los niños que hace rato no juegan conmigo, lo hacen con delicadeza, casi con ternura. Creo también que está hecho de un material duro, pues a veces se ensaña comentando las fotos de ese hombre que ahora juega con los niños, con epítetos desagradables, mientras hace ruiditos de risas cortas, de hiena hambrienta, y sus dedos me golpean con una fuerza inusitada, como un martillo de hierro. A veces me parece que es de hielo cuando le muestro algo que creo que le va a gustar, algún video de la madre de los niños que algún amigo puso en Facebook, pero en lugar de sonreír, entrecierra los ojos, aprieta la boca que se ha puesto pálida y dice ¡perra!, mientras sus manos se ponen heladas. También diría que está hecho de agua pues muchas veces se sienta frente a mí a mirar las fotos donde está él, con esos niños y su madre y de sus ojos brotan gotas y gotas, mientras su cara se contorsiona en gestos extraños.

Antes, esos otros objetos que ahora sólo vemos en fotos, vivían con nosotros. Los dos pequeñitos eran mis preferidos porque podíamos jugar Minecraft por horas. Con la madre casi no interactuamos. Sólo el último día que estuvo con nosotros, que me llevó consigo por error y cuando quiso revisar su Facebook y vio que era el de mi objeto, dijo ¡mierda!. Llamamos y la madre le intentó explicar algo de las fotos que tenía y los mensajes de texto y las llamadas… Pero él no quiso saber nada, estaba como loco. Se fueron los tres y nos quedamos mi objeto y yo.

Ya estuve buscando por Internet y sé que lo llaman humano. Sé que pertenece al reino animal y es un vertebrado mamífero; también es un bípedo omnívoro, con el pulgar oponible. Hay quienes dicen que ya no es Homo sapiens si no un Homo delecto, porque su principal característica no es el saber, si no el mantenerse entretenido. Yo sí creo esto, porque el mío no puede estar un minuto pensativo. ¡Hasta en el baño tengo que acompañarlo! Allí se pone a jugar Zombis vs Plantas o Angry birds. A la hora de dormir, tengo que contarle una historia para que pueda cerrar los ojos. Se duerme mirándome. En las mañanas lo despierto y me toma en sus manos para hacerme callar. Dormitamos juntos hasta que yo considero que es suficiente, lo vuelvo a despertar y nos quedamos pereceando en la cama, leyendo los últimos mensajes, chequeando a sus amigos, riéndonos de los chistes que corren virales por internet.

Hay algo en este ser que me dice que es más de lo que aparenta. A veces me habla, como si yo fuera uno de ellos y pienso que eso es lo que quisiera. También hay ocasiones en las que, por un segundo, me parece que su mirada me traspasa, que sus ojos destilan melancolía y unas ansias no resueltas de algo que no alcanzo a comprender. En esos momentos es cuando me doy cuenta que en realidad no lo tengo resuelto, que aunque no deje de buscarme, no soy suficiente. Comprendo, entonces, que somos muy diferentes.

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