Vengo de una familia de mujeres fuertes. Con 70 años, era normal ver a mi bisabuela cavando una zanja con un pico que yo no podía despegar del suelo, ni siquiera unos centímetros. Mi bisabuela tenía el súper poder de la fuerza. Mi abuela esquivó casi todas las balas que le lanzó la vida desde muy pequeña e intentó llevarlo lo mejor que pudo. Acabo recluida en un psiquiátrico. Mi abuela tenía el súper poder de la evasión. Mi madre murió joven. Era una mujer de armas tomar, tenía un carácter muy fuerte y yo la admiraba por eso. Absolutamente encantadora. Cualquiera que se cruzase con ella, caía en sus redes, jamás se olvidaría de haberla conocido, aunque sólo fuese por esa sonrisa o ese abrazo que le dio al despedirse. Mi madre tenía el súper poder de la eternidad.

Nunca conocí a mi bisabuelo pero según tengo entendido no fue precisamente fiel a mi bisabuela. Creo que era una especie de Don Juan africano que decidió asentarse con mi bisabuela pero nunca dejo de lado sus devaneos amorosos, supongo que los disfrutó y eso le daba alegría para seguir.  Mi bisabuelo tenía el súper poder de la resignación porque acepto lo mejor que pudo, que la mujer con la que había decidido formar una familia le superara en todos los aspectos, creo que era más hombre que él. Mi abuelo fue un hombre santo, se merece el cielo. Si alguien merece conocer a la felicidad eterna, ése es mi abuelo. Formó una familia con mi abuela, que ya es bastante y aguantó el rechazo de la familia de esta. Amó incondicionalmente a su única hija: mi madre. Nos amó a nosotros, sus nietos, hasta que murió, no sin antes sufrir un último ataque de mi abuela y ver cómo su mujer se desvanecía en el mundo de la evasión. Mi abuelo tenía el súper poder de la nobleza de corazón y ahora puedo decir con certeza que mi abuelo era infinitamente superior en alma a mi abuela. Con mi madre era otra historia, mi madre era madre y padre, y muchas veces era más padre que madre. Aunque en ocasiones su conducta me parecía egoísta, la admiraba por encima de todas las cosas. Mi madre-padre tenía el súper poder de poner chispa a mi vida. Y podemos sumarle la capacidad única para sacarme de mi mundo interior y ponerme de patitas en el mundo real. Aunque a medida que yo crecía y maduraba, sus ánimos fueron cambiando y  alentaba mi mundo interior, probablemente porque ella también empezaba a encerrarse en el suyo.

Mi bisabuela, Hortensia, era sin duda las más inocente y espiritual de las tres mujeres. Desarrolló mi imaginación intensamente. Me hizo creer en un mundo en el que se lucha contra las brujas y las malas influencias. Debo aclararte que de pequeña yo era exageradamente flaca y siempre tenía  mucho frío. Mi abuela, que padecía de unos terribles dolores de columna, debido a una caída que sufrió de joven, me dejaba dormir con ella. Yo me arremolinaba alrededor de sus lumbares como un cachorrito. Muchas noches luchamos contra las brujas, ella encendía velas y rezaba mientras yo intentaba gritar cada palabrota que me sabía, ya que según mi bisabuela las malas palabras ahuyentaban a las brujas. Está claro que espantar a las brujas se convirtió en uno de mis pasatiempos favoritos. Y esa casa fue siempre mi lugar favorito del mundo. Otras veces espantábamos gatos o animales salvajes. A las brujas les decíamos que vinieran a pedir un poco de sal a nuestro portal por la mañana. Si al día siguiente una vecina se acercaba a casa a pedir sal, ¡Bingo! Ella era la bruja. Y por muy irreal que suene un par de vecinas vinieron a pedir sal. Nunca supe por qué sal y no azúcar, supongo que el azúcar siendo tan dulce ablandaría los corazones de estas malas mujeres, la sal los endurecería y como ya eran duras de por sí, pues deduje que les vendría mejor.  Yo corría cuando pasaba por delante de sus casas y lo peor de todo es que aún lo hago. ¡Qué puedo decir del funeral de mi querida bisabuela! Fue el momento de calma más intenso que he experimentado en mi vida.

Te cuento todo esto para que conozcas el mundo en el me críe. Lo añoraba. Tan diferente al mundo que tú conoces. Llevo casi 6 meses viviendo en el pueblo de mi bisabuela y aunque ahora es una ciudad en toda regla, la gente sigue siendo tan feliz como yo la recordaba. Supongo que la razón es que la mayoría de la población nunca se movió de aquí y criaron a sus hijos entre estas leyendas mágicas y sus hijos criaron a sus nietos y así hasta el día de hoy. Hace un par de semanas cuando iba a hacer la compra conocí a un señor que decía haber conocido a mi bisabuela, me dijo que la mañana que encontraron a mi bisabuela muerta, su bisabuela había ido a pedirle un poco de sal para una barbacoa que estaban haciendo. Se me pusieron los pelos de punta, casi lloré de alegría.

Desde que me mudé aquí me encuentro mucho mejor físicamente, decidí abandonar el coche en el garaje. Ando a todos lados. La majestuosidad de la naturaleza de este pueblo-ciudad no te deja otra opción que caminar y admirar. Antes mi mascota era una mascota electrónica que, básicamente, me mantenía sentada en el sofá, inactiva durante horas, desarrollaba mi apetito (las largas horas en el sofá me inducían a comer) y mantenía mis relaciones sociales empatadas a cero. Por aquel entonces disfrutaba mucho de las cosas que la tecnología me permitía tener. Tenía una colección de libros online que habría avergonzado a cualquier biblioteca. En esos libros descubrí la belleza del mundo que con tanta pena observaba desde mi ventana. Ahora lo vivo. Antes mis mejores amigos eran mis cachivaches tecnológicos: mi ordenador, mi teléfono, mis dos tablets y mi tv.

Uno de mis tesoros más preciados es mi colección de música: cuatro discos duros externos rellenos de canciones de todo tipo.  Siempre escucho música. Me conecto mucho a la red pero se me ha vuelto imposible e innecesario conectarme a la red durante largas horas, saltando de información en información. Mi tiempo ahora es sagrado. Mis amigos me esperan, mi nuevo perro ansía salir a jugar, la luz de este pueblo-ciudad me invita a salir, mi biblioteca electrónica espera pacientemente a que me lea todos sus libros, mi música espera ser escuchada, mi cuerpo pide aire y movimiento y mi cerebro pide serenidad. En mi antigua casa, mis cachivaches consumían la mayor parte de mi tiempo, como me imagino que aún consumen el tuyo. Aquí disfruto estando al aire libre con mis amigos. Allí apenas me relacionaba con personas ya que mis cachivaches estaban mejor valorados como amigos que mis verdaderos amigos.

Como verás, este pueblo-ciudad me mantiene vital, despierta y sobretodo feliz. Ahora tengo la certeza de que la gente volverá a sus raíces y cambiará en el divino momento en el que le den prioridad a la vida sobre la tecnología. Es lo que nunca ha dejado de pasar aquí. El universo es locamente poderoso y no se dejará vencer tan fácilmente. Aquí te espero. Eres la única familia que me queda, te extraño y mi corazón me dice que tú también serías feliz aquí. Espero que estas líneas sobre mi historia te convenzan y decidas venir a verme. Seguro que te sorprenderás de muchas de las cosas que te cuento pero podríamos experimentarlas juntas.

Trae contigo todos los cachivaches tecnológicos que necesites, aquí, con el paso del tiempo, aprenderás a darle su justo valor e importancia.

Te abrazo, te quiero feliz, te espero.

Daisy

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