LA ERA DE LA COMUNICACIÓN

LA ERA DE LA COMUNICACIÓN

Diego Peñafiel

29/03/2014

Al recibir el mensaje que tanto tiempo llevaba esperando la excitación se apoderó de su cuerpo. Un cosquilleo le subió por los pies, le erizó los pelos y disparó su temperatura corporal como la placa base de un ordenador sin ventilación. Miró a su alrededor para comprobar que su nerviosismo no era detectado por ninguno de sus compañeros. Se centró en la pantalla de su ordenador, maximizo la pestaña que había ocultado y volvió a leer su contenido para asegurarse de que era verídico lo que había leído con anterioridad. La cerró y siguió con su trabajo.

 

El resto de la jornada laboral Jesús se relacionó con una espontaneidad y euforia atípica en él. Después de varios meses por fin había llegado el momento de la verdad. Ese comportamiento llamó la atención de algunos de la oficina que desviaban la mirada de su monitor para mirarle de reojo.

 

En su alegre paso por el pasillo de la oficina hasta el baño, se cruzó con su jefe George, que paró su rápido paso y frunció el ceño al verle con ese aire de felicidad.

 

  • -¿Has leído mi correo?

     

    Jesús dudó por unos instantes; ese bruto choque con la realidad le dejó perplejo, su mente estaba muy lejos de esa oficina y no conseguía llegar a tiempo para responder.

     

  • -Em…no

     

       George puso mala cara, resopló mientras hacía un gesto de negación y continuo su paso. En otro momento ese comentario le hubiese abrumado, pero ese día Jesús era indestructible. Se sentó frente a su ordenador, antes de abrir el email del jefe se dio cuenta de que la maravillosa hora que marcaba el final de su jornada había llegado. Se volvió a exaltar y el plácido cosquilleo recorrió su masa corporal nuevamente. No disponía de mucho tiempo para arreglarse e ir al lugar del encuentro, así que se marchó sin abrir el mensaje de George. Camino a casa mientras viajaba en el metro hizo record de puntos jugando a la videoconsola portátil.

        Al llegar a casa vio en el buzón el tan esperado paquete de la camiseta de Batman edición limitada que pidió por internet hacía unas semanas. Apretó los puños y dio gracias a dios. Subió a casa y despedazó el envoltorio de su aclamada camiseta que olía a victoria. La levantó en lo alto con las dos manos, el negro brillante de la camiseta y la purpurina amarilla del logotipo del murciélago cegaba su vista. Su mirada se hizo firme y su cuerpo se endureció, respiró fuerte y asintió con la cabeza. Su momento de trance cesó al acordarse del poco tiempo que le quedaba para asistir a su primera cita con su cibernovia.

       Fue a su querido ordenador a repasar los mensajes de sus últimas conversaciones con ella, pero sonó en el móvil la banda sonora de la película de los cazafantasmas. Cogió el teléfono y vio treinta y cinco wasaps acumulados en su grupo de amigos del roll. Miró por encima todos los mensajes, entre fotos eróticas y chistes se hablaba algo de una quedada para el próximo sábado en casa Luis y de dejar a las respectivas novias ir a jugar con ellos. Se puso a wasapear dejando el ordenador de lado y centrándose en la conversación del grupo. Hasta esa mañana para él, eso era un sacrilegio; pero después de haber recibido el mensaje de Marta, no le parecía tan mala idea. Su imaginación se disparó involuntariamente y se proyecto con Marta en casa de Luis jugando juntos a roll.

      Cocinó una perola de espaguetis con tomate que le diesen toda la fuerza que necesitaba un superhéroe para conquistar a su heroína. Con la barriga bien llena se pego una ducha y se miró en el espejo para acicalarse. Dudó en quitarse su heterogénea barba de unas semanas de espesor, pero prefirió mostrarse tal y como era, así que dejo la cuchilla en su sitio.

       Volvió a coger el móvil. De los siete amigos que eran en el grupo, solo apoyaban la idea los dos que tenían novia. Jesús hizo un comentario bromista hacia sus amigos sin novia, riéndose ante la desesperanza e imposibilidad que tenían para conseguir una pareja. Dejó el móvil entre el remolino de las sabanas de la cama y se puso su exclusiva camiseta de Batman. Se miró en el espejo y se enfadó con los dueños de la web donde la compró. Se la quitó y miró la etiqueta a ver si era la talla que él había pedido. La talla era correcta pero las medidas no eran las propias de esa talla. Se volvió a mirar en el espejo y se parecía más a una morcilla de Burgos que a Batman de Gotam. No obstante se la dejó puesta; peino su largo pelo, busco su cartera, su móvil y sus llaves y fue como un rayo a la cita.

      Tras dos esprines, cinco paradas de la línea verde, cuatro de la azul y dos pantallas de su videojuego, llegó al bar donde se encontraba Marta. Miró a las mesas y la distinguió por su diadema morada. Los latidos de su corazón eran tan fuertes que hacían temblar todo su cuerpo. Se acercó lento y vacilante. Ella le miró escondiéndose bajo su decolorado flequillo mientras se le escapaba una inocente sonrisa.  Se sentó junto a ella y se saludaron casi de manera inaudible ante el bullicio de la gente que observaban con deleite y pasión un partido de futbol. Tras la presentación un largo y angustioso silencio envolvió la atmosfera. El cerebro de ambos quería decir algo, pero su aplastante vergüenza no se lo permitía. Estaban colapsados como cuando se abren muchos programas a la vez en el ordenador. Ella le habló del último capítulo de la serie más vista por todos los españoles, pero él no la seguía. Él comentó la última película de los x-mens que aún no habían estrenado en cine y ella asintió con la cabeza. Tras una desértica hora llena de lagunas de silencio, risas falsas y cuatro fantas; Marta se fue cojeando del bar.

       A Jesús le llamo la atención su cojera, su pequeña estatura y la rapidez con la que abandono el lugar del encuentro. En sus fotos parecía mucho más alta y en sus mensajes nunca le hablo de su cojera. En su perfil ponía que le gustaba el señor de los anillos y luego no sabía ni quién era Gandalf. Jesús permanecía en el sitio, su frente aún estaba húmeda y con unos pelos pegados a ella. Se quedó en el sitio como una disquetera de tres y medio en una tienda informática. Se habían dicho pocas cosas y se había entendido mucho.

     Cogió su cazadora vaquera y salió del bar con la cabeza gacha. Camino a casa todo eran caras inertes. En el metro, en la calle, en las plazas, todos estaban absortos con su mp3, su móvil, su e-book, con su vida virtual. En casa revisó los wasaps acumulados. Todos provenían de los amigos del roll. Habían sacado de quicio su broma sobre el letargo amoroso de la mayoría de ellos. Después de ponerle a caldo habían decidido excluirle de la partida del sábado.

     Sin pestañear tiró el móvil sobre una caja de pizza que había en la mesa del ordenador y se tumbo en la cama. Su memoria se llenó de tristeza como un virus que se propaga en un ordenador sin protección. Buses de frustración corrían por sus vías y llegaban a los diferentes puertos de su sistema programado con desesperanza y soledad. Su alma estaba tan seca, que ni lágrimas podían echar sus ojos. Se levantó, encendió el ordenador y enredó por las redes sociales. En su correo no había ningún mensaje, solo dos invitaciones para unos ciberjuegos con dos personas a las que ni siquiera conocía. Apagó el ordenador, se fue al sofá y jugó a la videoconsola hasta que se quedó dormido.

     La alarma del reloj retumbo en su cabeza, se despertó del sofá vestido y embadurnado en una viscosa resaca amorosa. Desayunó algo de pasta que quedo del día anterior, se cambió su camiseta de Batman y fue al trabajo. Una vez en su puesto, cayó en las redes sociales, pero su buzón seguía vacio. Su pensamiento se perdió en el fracaso por unos largos segundos.

  •  –¿Has hecho lo que te ordené?- Le preguntó su jefe

  •  

  • -Eh…no.- Jesús dedujo que se refería al email que no llego a abrir el día anterior.

  • George le miro con desprecio, incomprensión y cansancio.

     

  • -¡Cómo no esté para hoy date por despedido!

  • Jesús asintió con la cabeza y se pasó catorce horas seguidas trabajando con el amigo con quien más tiempo pasa al cabo del día.

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