Yo como enfermera te haré lo que quieras pero con el ordenador nada, nada, un cero patatero decía Mari Pili a quien quisiera oírla mientras golpeaba las teclas del ordenador con furia para ver si el MAP (programa de medicación)  funcionaba más rápido y mejor.

─ ¡Para,  para, que lo vas a destrozar!, le decían sus compañeras.

 Mari Pili seguía  aporreando el teclado  porque era sorda  y no se enteraba,  sino prestaba atención,  de todo lo que acontecía en el entorno  que la ocupaba. Se agobiaba la mujer en el trabajo  y atendía a los pacientes de un modo un tanto peculiar. “¡Bah!, esa herida que usted lleva no es nada, si hubiera visto la que curé la semana pasada”.

 ─ ¡Maldito, maldito, maldito MAP! Los enfermos pierden  calidad en la atención que les damos. ¡No ves que tenemos que estar tanto tiempo delante de las máquinas! ¿A quién se le ocurriría esto de informatizarlo todo? No, no puedo hacerlo bien, se me traban las letras, se me cuelga el programa, ¡mira!, ¿lo ves?, y luego me dicen que yo soy lenta─  se lamentaba  Mari Pili un día sí y otro también allí en el pequeño local adecentado para fumar,  al tiempo que absorbía, estrujaba en la boca con extremada  ansiedad un cigarrillo  que en principio era para fumar.  Así las cosas, una tarde de las que trabajaba apareció con un móvil que le habían regalado sus hijas.

─Yo lo utilizaré solo para llamar y recibir llamadas, todo esto de enviar mensajes, WhatsApp, conectarme a Internet,  no, no es para mí─ explicó cuando lo enseñó en el grupo de trabajo que la escuchaba sin demasiado interés.

Mari Pili ya había contado a las compañeras veteranas como ella, no amigas,  que tenía dos hijas, que una había estudiado Económicas, y la otra, la pequeña  estaba acabando Administración de Empresas.  La mayor era muy lista y lo pillaba todo al vuelo, pero la pequeña le costaba bastante aunque era muy tenaz. La mayor era inquieta, había tenido un novio y lo había dejado; había intentado aprender alemán en Berlín y la tuvieron que ir a buscar, había tenido un trabajo excelente y tampoco lo había aguantado. ¡Bah,  un desastre de hija! Llevaban mala temporada.

Aquella tarde Mari Pili se disponía a pasar la tarde convencida de seguir las reglas de cada día, un café y un cigarro a la puerta del hospital; una conversación telefónica antes de entrar con su hija la mayor, que la llamaba a cualquier hora sin respetar la actividad que ejercía. Luego en planta los pasos pertinentes del turno, ronda de medicación y ordenador, merienda, cigarro;  ronda, portátil, glicemias, cenas… aunque en  los ojos ya  se observaba una inmensa inquietud. Sus compañeras le habían advertido, al ver que esta rutina diaria era más interrumpida y que se escaqueaba con demasiada asiduidad, de que tuviera cuidado, de que le echarían el alto. “Sí, sí, ya le digo, no me deja…” decía. Estaba atendiendo a una paciente cuando le sonó el móvil  con un volumen potente, preparado para que ella lo oyera. Dejó los sueros con las medicinas, del paciente de la habitación doscientos veinte, encima de la mesita de noche, y salió. Los  conectaría después.

─ ¿Sí, qué pasa? Se espanta Mari Pili.

─ ¡Mamá!, este hijo de puta no me va, y hace dos días que vino el técnico a casa y me dijo que estaba bien. Me ha engañado y yo he de entregar este trabajo antes de una hora.─ le increpa desesperada Carla, su hija mayor.

─ ¿Cómo que no va? Esta mañana lo ha hecho servir tu hermana y funcionaba.─ contesta Mari Pili vociferando  por el pasillo.

─Pues ahora no, ¿quieres decirme cómo coño voy a entregar este trabajo en una hora si no funciona? ─le responde enojadísima  Carla

─No lo sé, llama al técnico que venga a mirárselo.─ le dice Mari Pili

─ ¿Yo?, haz el favor de llamarlo tú ahora mismo, porque si no sé que voy a hacer.─ grita Carla. Cata cric, cata crac… Algo se rompe o lo están rompiendo.

─ ¡Pero qué dices!, ¿estás loca?, yo estoy trabajando ahora, ¿cómo quieres que llame?, pero, pero… ruge más fuerte si cabe Mari Pili.

─Es que no puedo, es que me va a dar algo, estoy de los nervios, ¡mamá! me voy a ir y no sabrás más de mí.─ amenaza Carla.

─Carla, no voy a dejar el hospital, estoy en plena faena y tengo  hasta las diez de la noche. No voy a  salir ahora, y cuando salga,  estará cerrado.─ vocifera y  llora Mari Pili

─ ¡Mari Pili, corre! El paciente de la habitación doscientos veinte se está chocando. Trae el carro de paradas.─ le pide una auxiliar─ ¡Corre!

─ Voy, voy. ─ contesta Mari Pili, descontrolada.

Toma conciencia  de que es en esta habitación donde se dejó la medicación sin poner. Se siente azorada, y cuando llega le dicen que no hace falta,  que  ya está recuperado, solo ha sido un susto. Nadie le reprocha nada, hay un silencio general, pero intuye que este percance no quedará así. Al día siguiente la llaman al despacho de la supervisora general  que le expone la poca profesionalidad que ha mostrado en las últimas semanas. Por lo que en vista de ello se le impone una sanción  no cuantificada en el tiempo. No ejercerá más de enfermera   aunque le mantendrán en el papel la categoría  y  el sueldo. Eso sí,  le permitirán cambiar de turno para que no se sienta humillada delante de las profesionales con las que ha estado tantos años.  Mari Pili habla de problemas en casa,  de deslealtad y de falta de compañerismo. Dice que alguna se la tenía jurada,  dice y despotrica de todo y de todos aunque sabe perfectamente que sin el móvil la crisis de la una habría pasado desapercibida a la otra. La locura y la inmediatez de la tecnología no suelen darse la mano. 

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