Una de las cosas que más nos llamó la atención de él era su juventud, su apariencia actual era inmejorable: lleno de vida, que hacía que a cada instante pareciera otro, con muchas cosas por conseguir y sin nada que pudiera hacer pensar que fuera a tener fin. 

Algunos de nosotros ya habían oído hablar de él, incluso se habían relacionado con él,  fueron ellos los que plantearon que sería mejor tenerlo a nuestro lado. Esa forma en que se mostraba a los demás, siempre amigable y dispuesto a ayudar, lo hacía perfecto para que estuviera con nosotros. Según nos decían de él, convertía en invisible lo que le separaba de las personas, podía hacer desaparecer el espacio entre él y los demás, y, a pesar de su corta edad, cuando estabas delante de él tenías la impresión de estar frente a alguien que llevaba mucho tiempo contigo y al que tenías miedo de perder. Por supuesto que también nos contaron sus innumerables errores, que le habían hecho tener que empezar una y mil veces, pero nadie hizo otra cosa que justificarlos, incluso mostrarlos como la necesaria consecuencia de su alabable deseo de progresar.

He de decir que siempre nos habíamos caracterizado por ignorar a las incomodidades que se nos presentaban: resguardados bajo la sombra de aquella arquitectura perfecta y con las bebidas heladas que nos habían preparado, fue como decidimos que teníamos que llamarle. Era una sofocante tarde de esos días en que nos reuníamos, y que se habían acabado convirtiendo en eso que vulgarmente se llama arreglar el mundo. El mundo no nos necesitaba, nosotros lo sabíamos, pero jugábamos a que éramos los más importantes, a los que siempre tenían que hacer caso, los que decidían.

Fue así como llego el día, menos caluroso ya en esas fechas, en que tenía que venir a conocernos. No negaré que algunos estaban ligeramente fuera de su estado de natural calma, era un día importante, la sabia nueva iba a llegar y quizás no fuera bien asimilada por algunos, quizás el nuevo alimento hiciera demasiado viejo a alguno. Nunca estuvo establecido cuantos teníamos que ser, pero a nadie se le escapaba que aquello no podía crecer de manera indefinida. Siempre se espera que los privilegiados sean escasos, no podíamos negar que teníamos privilegios, aunque también tuvimos que hacer algunas concesiones, como renunciar a que se dirigieran a nosotros anteponiendo dios a nuestros nombres, que era el tratamiento adecuado, o ponernos otros nombres con los que nos conocerían fuera de allí: dinero, religión, sexo, poder, entre otros. Para él habíamos elegido tecnología, y era su día.

Sonó la puerta. Fuimos a abrir.

-Puedes pasar, siéntete como en tu casa.

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