29 de diciembre de 2010, 20,49 hs, llamo a mi compañía de teléfono para hacer una reclamación. Me ha llegado una factura que considero excesiva por un contrato que hice «todo en uno», según el cual supuestamente me iban a cobrar no más de 60 euros al mes y me han pasado un cargo de 78 euros. Me dicen que me han cobrado 32 euros de un servicio llamado «Voz». Pregunto qué carajo es eso de «voz» y me dicen que es la línea. ¡Ah!, caigo, ¿es decir que cuando me vendieron el famoso «todo en uno» por una maravilla de precio, ¡no me dijeron que la línea del teléfono era aparte!? Me pongo furiosa. Pregunto angustiada si el dichoso «todo en uno» tiene permanencia, me dicen que sí, que hasta el 1 de octubre de 2011. Sólo consigo recobrar la serenidad pensando que dentro de diez meses los mando a pasear…
Aprovecho la llamada para dar de baja una línea de móvil «sin permanencia» que ya no usaba. Se lo comunico a la señorita que me atiende, pero ya con otro tono, esta vez cortante, me dice que me tiene que pasar con otro departamento. Me deja en espera. Por el teléfono escucho la cancioncita de turno: I just want to be ok, be ok, be ok, I just want to be ok today…
Pasan los segundos y los minutos, separo el auricular de mi oreja, la musiquilla me pone de los nervios, me la repiten unas quince veces. ¡No consigo entender cómo puedo «sentirme bien» con esa canción, ni con la compañía de teléfono, ni con el teléfono! Tras unos diez minutos de espera, se me corta la llamada.
Con la cabeza nublada y zumbándome en los oídos la dichosa cancioncilla, vuelvo a llamar, por pura desesperación. Me atiende, como antes, una máquina. Grito tres veces «baja del servicio», me pasan con otra señorita, que parece estar en Argentina. Se presenta por su nombre de pila y me suelta: – Somos la compañía número uno en ventas, le ofrecemos el mejor servicio, estamos a su disposición, y seguidamente, me pregunta qué quiero. Le comunico que llevo un rato largo intentando dar de baja un teléfono y me responde diciendo que tiene que dar el aviso al «departamento»; mientras tanto, al parecer para amenizarme la espera, me ofrece otra línea con una promoción «inigualable». Le digo que no secamente. Me insiste: – es por si desea regalársela a alguien. Le digo que no con más firmeza y le insisto que me dé de baja de inmediato. Me pide disculpas y me dice que me pasa con «el departamento». De nuevo me colocan la cancioncita. Después de escucharla unas ocho veces, oigo al otro lado un bip, bip, bip. ¡Me han vuelto a cortar!
Desesperada, vuelvo a llamar y, a la primera, mando a parir a la máquina. Me pasan con otra señorita, en este caso con acento de Ecuador. Como la anterior, me dice su nombre y la terrible frase: – Somos la compañía número uno en ventas, etcétera, etcétera. Estoy a punto de mandarla a los mismísimos demonios, pero me contengo. Ella comete el peor error de su día: intenta venderme otra promoción. Ciega y sorda de la rabia, ya no consigo escucharla, esta vez sí la mando a paseo y le digo que me resuelva de inmediato la baja, que llevo media hora al teléfono y que ¡nadie me ha resuelto nada! La chica se asusta, me pide disculpas como tres veces y me dice que me pasa con «el departamento». ¡¿Qué carajo es eso del departamento?!
Respiro hondo, Intento tranquilizarme. Le digo que sé perfectamente que ella no tiene la culpa, pero le advierto que como se me vuelva a cortar la llamada mientras ella intenta pasarme con el «departamento», daré de baja todos los servicios que tengo con la compañía, incluido el «todo en uno» de los ovarios y que voy a decir a todos mis conocidos que prescindan de la compañía número uno en ventas. A la pobre le tiembla la voz. Me dice que no me preocupe, que ella no permitirá que esta vez se corte la llamada.
Once minutos más tarde, continúo con el teléfono pegado a la oreja, oyendo la insoportable cancioncita: I just want to feel today, feel today, feel today, I just want to feel something today…
Cada poco, la musiquilla se interrumpe y una voz metálica me dice: -siga en espera, le atenderemos lo antes posible. Me vuelve a atender la misma chica y me dice que es imposible pasarme con «el departamento», todas sus líneas están ocupadas, que debe haber un problema técnico. Yo no doy crédito. Me paralizo, no sé qué decir, sólo me queda arremeter contra ella y machacarla a insultos. Me siento impotente, se me vienen todos los males a la cabeza y me duele. Aborrezco la democracia de circo en la que vivimos, me siento atrapada en un Gran Hermano gigantesco y «La compañía» es el Gran Ojo que todo lo ve y lo escucha, indiferente a la vida.
Pobre niña la ecuatoriana, me digo. Sé que ella no tiene la culpa, estoy segura de que cobrará una miseria en su país, en Ecuador, en Argentina o en Colombia…, que le tocará lidiar día a día con exacerbadas como yo, gritándole de todo, que echará horas sentada frente a un ordenador con unos cascos y un micro ganchudo delante de la boca, en medio de una gran sala abarrotada y ruidosa donde todo el mundo coge el teléfono diciendo: «Somos la compañía número uno en ventas», quinientas veces al día, las 24 horas, los 365 días del año… y donde suena la estúpida cancioncita…
Imagino un hilo muy fino que separa a las teleoperadoras de telefonía de aquellas que atienden en las líneas eróticas. «Todas sus necesidades se resolverán por teléfono», pero esta vez no te quedarás insatisfecha por el hecho de serlo normalmente, sino también porque te lo mereces, porque nunca debiste «pedir una baja».
Me contuve, traté de hablar suavemente con la teleoperadora, le intenté explicar que comprendía perfectamente su posición y la indignidad con la que le tocaba lidiar diariamente en su trabajo. Sin embargo, ella también debía comprenderme a mí y resolver. Le propuse que no me volviera a pasar con «el departamento». La conminé a que me llamara ella cuando hubiese conseguido línea con aquel. 21,38 hs, la chica accede a llamarme en unos minutos.
21,57 hs, suena el teléfono, descuelgo, esta vez es un chico, me dice que llama de parte de la compañía. Sin preámbulos, me suelta el rollo de que «el departamento» -y esta vez especifica: «el de bajas»-, tiene una incidencia informática y no me van a poder resolver lo de la baja de mi móvil, que tendré que llamar en otro momento. Habla muy rápido, con mucha seguridad. Llego a dudar de si es un ser humano o una máquina. Sea como sea, me habla en castellano de España. Me hago la idea de que esta vez estoy gestionando mi baja dentro del territorio español. No reacciono de inmediato. Me quedo pensativa. No puedo evitar fantasear. Me vienen imágenes inquietantes: una oficina llena de teléfonos y teleoperadores, hay pocos varones, ellos tienen corbata, andan pululando por la sala, una de las teleoperadoras levanta el brazo en alto y el de corbata acude a ella:
– ¿Qué sucede?
– Otra histérica por la línea ¿la atiendes?
– Uff, me tienen hasta… pásamela
– ¿Qué le vas a decir?
– Lo de siempre, que «se ha caído el sistema»
– Y ¿Por qué no le das de baja de una vez?
– ¡Que sufra! Así se le quitan las ganas para la próxima
Yo seguía en silencio hasta que la voz del chico me sacó de la ensoñación. – Oiga, oiga, ¿Está usted ahí?. Confirmo que se trata de un humano. Reacciono: – Y, entonces, ¿qué debo hacer ahora?, y me repite: – Tiene que volver a llamar. – ¿Llamar a quien?. – A centralita, como siempre… (Y ese «siempre» parecía apuñalarme).
La rabia se convierte en ira. Le odio. Odio su corbata y su petulancia. Sin embargo, me contengo en los insultos y opto por explicarle la lógica que rige la miserable vida que lleva trabajando para la compañía, contratado para hacer escarmentar a clientas insatisfechas como yo. Qué paradójico, las teleoperadoras parecen trabajadoras de líneas eróticas, ellos, los supervisores, parecen ingenieros cuando dan sus explicaciones.
22,04 hs, no he resuelto la baja del teléfono. Mañana llamaré para volver a intentarlo. Después de todo, no tengo nada que hacer en mi vida…
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