Antes que su mamá apagara la luz, Iván halló con la mirada su teléfono móvil. Después que ella salió de la recámara; él empezó a distinguir en la oscuridad, levantó las cobijas una por una, se deslizó de la cama y casi a tientas desconectó el teléfono. De nuevo, debajo de las cobijas, con el teléfono en la mano y los ojos bien abiertos, procuró mantenerse despierto, pendiente de la llegada de Chachito. Pero el sueño acabó por atraparlo.

Unos empujones, poco a poco lo movieron; no dejó de sentirlos hasta que advirtió la presencia de Chachito. Luego, se escurrió de entre las cobijas y, sin soltar el teléfono, se puso las pantuflas. En silencio, siguió a su amigo por el pasillo y la puerta corrediza que daba al jardín. Allí afuera, el sueño lo hundió más en sus misterios.

El viento golpeaba las hojas de las palmeras que dibujaban siluetas ondulantes. Iván sabía que tenía que permanecer quieto; se anunciaba la cercanía de ese gigante misterioso que quería fotografiar. Sintiendo el teléfono en la mano, se animó a mirar las hojas en vuelo. Distinguió el perfil del animal. Vio, cómo asomó la cabeza con su enorme ojo desde lo alto de la copa de las palmas y trazó eses con su largo cuello. Iván temblaba como un condenado a muerte. Apenas pudo levantar el móvil y oprimir el obturador. El flash destelló sobre el césped. Iván gritó por su vida y corrió despavorido. El monstruo lo perseguía, estaba seguro.

Despertó de golpe. Aún podía oír el latigazo de las palmas; estaba sudando. Escuchó pisadas y empezó a temblar. Se enterró debajo de las cobijas. Los ruidos se aproximaron. La puerta se abrió. Sintió que era el fin.

Oyó la voz de su mamá, aventó las cobijas y alzó los brazos. Ella lo abrazó y le preguntó qué pasaba. Iván le contó, casi en llanto, acerca del monstruo. Detalló al ojo redondo que lo descubrió tomándole una foto. Y también le aclaró que sus compañeros no le creerían, si no llevaba una foto del monstruo a la escuela.

Su madre le explicó que los monstruos únicamente aparecían en sueños. Él insistió haberlo visto. Le dijo que su amigo Chachito había estado ahí, con él. Luego, quiso enseñarle la foto del abominable ser, pero no encontró el teléfono entre las cobijas. Le aseguró que le había tomado una foto, y tenía que llevarla a la escuela para probarles que el monstruo era real, en especial a Carlos, quien lo retó frente a sus amigos. Pero ya cansado, el arrullo de su mamá lo fue apaciguando, hasta que el sueño lo rindió de nuevo.

Leticia, su madre, trajo el móvil a su recámara. Lo observó como se evalúa a un enemigo y lo aventó a la cama. Pablo despertó y preguntó qué pasaba. –Estoy a punto de destruir este teléfono –respondió Leticia. Le contó sobre la urgencia de Iván por fotografiar a un monstruo. El cambio de escuela únicamente le había traído más tensión a su hijo, según Leticia. Y la presión social los había obligado a comprarle un teléfono móvil. –Porque todos los niños tenían uno ¡caímos en el juego! –protestó.

–¡Quiero ver a mi niño alegre, como hace meses! –reclamó. Pablo la escuchó, mientras pensaba en la forma de editar una imagen parecida al monstruo descrito por su mujer. Ella empezó a buscar en Internet todo lo que le parecía relacionado con la situación. Quería saber si alguien había publicado acerca de un problema similar y, más que nada, la solución. Descartó la idea de Pablo. –No quiero imaginar el drama con la psicóloga de la escuela, cuando vea la imagen de un monstruo descargada en el teléfono, –concluyó.

Continuó argumentando en contra de la dependencia tecnológica y sobre cómo ésta obstaculizaba el crecimiento normal de un niño. Pero Pablo pensaba que crecer ahora, era igual de fácil y difícil que en el pasado. –A mí, mi papá me hubiera regañado por creer en monstruos y dejado solo llorando en la recámara. –aseveró Pablo. Fue cuando Leticia recordó a la niña solitaria que un día fue y a su amigo imaginario. «Iván, era como ella fue en su infancia», pensó. Luego, Pablo trajo a su memoria el momento en que su padre lo avergonzó frente a sus amigos porque todavía creía en cuentos. –Empezó a destruir mi imaginación desde que tengo memoria –concluyó. El silencio inundó la recámara, Leticia agarró el móvil de la cama, tomó las manos de Pablo y lo colocó sobre sus palmas. Sin pronunciar palabra lo abrazó y, enseguida, se acostó a dormir.

El movimiento de las cobijas despertó a Iván; escuchó a su mamá insistirle que se levantara y se metiera a bañar. Cuando finalmente dejó la cama, buscó el teléfono y lo encontró tirado en el piso. Lo recogió y abrió el archivo de fotos. Halló una nueva fotografía, donde aparecía una de sus pantuflas sobre el césped. De inmediato, buscó las pantuflas al pie de la cama, pero solamente vio una; continuó buscando el otro par alrededor, luego en el pasillo y, cuando salió al jardín, ahí sobre el césped encontró la otra pantufla, exactamente como aparecía en la foto.

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