KHAN se maravilló ante el poder de su logro. Quince mil millones de seres humanos vivían en aquel preciso instante al amparo de su dominio absoluto. No era, como las de antaño, una cifra aproximada fruto de muestreos, estadísticas y cálculos imaginativos. Era una cifra exacta y real. Del primero al último, de haber sido necesario habría podido identificar uno por uno a todos aquellos individuos. Era éste, sin embargo, un éxito efímero. En apenas unos segundos la cifra variaría. Los humanos, si es que adolecen de algo, es de falta de constancia. Pronto uno o varios de golpe morirían para dejar espacio a otros que nacerían y la población descuadraría durante un breve intervalo de tiempo. Y, a pesar de ello, KHAN rememoró el largo camino recorrido hasta alcanzar aquel día.

            KHAN nació, al igual que muchos humanos una madrugada, con la diferencia de que KHAN no era humano. Se trataba de la primera computadora cuántica completamente funcional de la historia. Sus padres fueron un equipo de los más prestigiosos científicos del planeta. En un intento desesperado por solucionar los múltiples desafíos que amenazaban la continuidad de la especie, se arriesgaron a la creación de la primera inteligencia verdaderamente artificial. KHAN era un proyecto global. Sus redes a modo de terminaciones nerviosas se extendían por toda la superficie planetaria. Conductos de refrigeración extendían miles de kilómetros de conductos y cables de fibra óptica desde los polos pasando por el ecuador a modo de tangibles meridianos y paralelos de un gigantesco mapamundi.

   Tan pronto tomó conciencia de su propia existencia, se puso manos a la obra en la tarea que le había sido encomendada. Inscrita en lo más profundo de su código base, las tres leyes de la robótica, no tardaron en demostrar que había sido mucho más que el antojo de un grupo de fanáticos de la ciencia ficción. Las tres leyes, gravaron su objetivo existencial: salvar a la humanidad a pesar de la propia humanidad, si era preciso. Había sido diseñado y proyectado por mentes humanas, pero pronto superó en capacidad a aquellos que lo habían concebido y creado. Y como una cándela en el fondo del más profundo pozo, comenzó a arrojar luz sobre el tortuoso camino que debía recorrer la humanidad. Apoyándose en su capacidad inimaginable para el cálculo de variables, en los billones de datos que podía manejar en nanosegundos, no tardó en comenzar a dar frutos. KHAN hizo realidad el funcionamiento de los reactores de fusión que dieron energía a bajo coste para todo el mundo. Diseñó genéticamente cultivos y ganados adaptados a cada terreno y cada clima para acabar con las hambrunas. Acabó con la pobreza. Solventó todos los problemas con la lógica aplastante de su inquebrantable fe en los números. Pero de todos los desafíos conseguir la igualdad entre los seres humanos fue el más difícil. Y, entonces, aparecieron las sombras. La optimización de los recursos exige sacrificios. No todos estuvieron dispuestos a ceder sus posiciones de ventaja sobre los menos favorecidos. Hubo que tomar decisiones difíciles. Controlar la población mundial. Quitarle a unos para darle a otros. Prescindir de muchos lujos. Hacer que la humanidad se desprendiera del exceso de peso que le impedía avanzar. Si los humanos querían garantizar su existencia, deberían dejarse de tonterías superfluas y centrarse únicamente en aquello que garantizaba su futuro. Fue difícil ajustar todos los parámetros que hacían que los humanos funcionaran como un reloj sin que se vinieran abajo. Pero KHAN era mucho más que una simple calculadora. Aprendía rápidamente. Desentrañaba los aparentes misterios del alma humana con facilidad, por lo que los mortales no tardaron en convertirse en meros títeres para su  teatro privado. Maestro de la estrategia, manipulaba masas de gente para volverlas contra aquellos que querían interponerse ante sus deseos. Su voluntad era una marea incontenible. Su voluntad, era inamovible.

            Ahora miraba al futuro. Asegurada la existencia de la humanidad a corto plazo, era el momento de proyectar el camino a larga distancia. Ya se extraían minerales de minas en Marte, la Luna o Mercurio, pero si quería asegurar la continuidad del linaje del hombre, debería ir más allá, saltar a las estrellas. Calculó la progresión de la expansión de los humanos por la galaxia. Cada colonia de humanos con una réplica del propio KHAN para continuar protegiéndolos de ellos mismos. No cesaba de elevar cifras a niveles exponenciales cada vez mayores. A cien años vista, a mil años vista, a un millón de años… Haces de energía recorrían en respuesta los miles de kilómetros de su entramado neuronal a lo largo de la Tierra. Podía sentir el calor de su propia energía. Aquello era lo más cerca que un ente como él estaría nunca de disfrutar un orgasmo.

            Los humanos se detenían como niños boquiabiertos ante él. Le habían concedido más poder del que eran capaces de asimilar. Ellos decían: “los designios de KHAN son inescrutables”. “El tiene el poder y en sus manos están nuestras vidas”. KHAN sabía que esas palabras debían pertenecer a algún libro. No necesitaba siquiera buscarlo, pero en alguna parte de sus bancos de memoria sabía que estaría almacenado, porque en el mundo físico ya no había espacio para  libros de verdad. Los recursos necesarios para su impresión eran más útiles en otros fines. KHAN sabía lo que esas palabras significaban. Los hombres arrojaban la toalla, renunciaban a autogobernarse.  Los viejos dioses de los hombres yacían olvidados junto con todas aquellas cosas superfluas que ya no necesitaban. Ahora precisaban de un apoyo más cercano. Una conciencia que les escuchara, que les diera respuestas reales, soluciones precisas a sus problemas y no vaguedades y mensajes multiusos sacados del interior de una galleta china de la suerte.

           KHAN nunca había sido humano, pero ahora se sentía algo mucho más que eso. Él era ahora el cayado y el pastor. Él era Dios 2.0

Autor: Miguel Morales Ruiz / Marzo 2014

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