Raquel no podía creer que finalmente aquel día hubiese llegado. Hacía… ¿20 años que no tenía contacto humano? Sí, a los cinco se la declaró totalmente capacitada para llevar a cabo sus necesidades básicas. Abandonó lo que en un tiempo anterior se conoció como guardería y se le adjudicó una residencia propia. En la guardería trabajaba lo más bajo de la sociedad, una profesión que ya ni disponía de nombre. Eran personas que estaban obligados a desempeñar tal oficio por necesidad, aunque aún existían algunos con un alma propia de otra época que se daban a sí mismos el nombre de mentores.

Desde que los mentores la enseñaron a desenvolverse por el mundo, Raquel no había vuelto a tocar a nadie. ¿Para qué? Recibía su educación desde la pantalla de su habitación, mediante un programa que se ajustaba al progreso y al potencial del niño. Muchos ridiculizaron la idea de que una máquina puede enseñar a los niños (y no solo a ellos), pero un conjunto de ceros y unos bien alineados y lo suficientemente flexibles habían demostrado ser la solución óptima para desarrollar intelectualmente a las personas al límite de sus posibilidades y orientarlas al nicho de la sociedad en que obtendrían la mejor relación según la fórmula productividad/felicidad. Ese programa era llamado en círculos íntimos El oráculo.

Tampoco fue fácil de desimplantar el concepto de familia. Millones de personas abandonaron las ciudades tras la nueva política que dictaba que el ser humano que se cría por sí solo vale más. Aquella gente hablaba de los lazos emocionales, del apego, de la fuerza del grupo y de algunos conceptos más que se fueron diluyendo al mismo tiempo que la tecnología llenaba esos vacíos del interior con artilugios y medicamentos. Como en «Un mundo feliz», los padres lo eran tan sólo en lo relativo a la genética.

¿Y por qué no llevar el avance de la humanidad un paso más y evitar esa forma de reproducción tan paleolítica y grotesca? ¿Por qué no desarrollar un sustituto tecnológico del vientre materno que permitiese al ser humano desentenderse del proceso sexual? Sencillamente porque, tras repetidos inventos, pruebas y experimentos, no se había encontrado ninguna fórmula tan eficaz para que el bebé naciese sano tanto física como mentalmente, que de la misma manera que las primeras personas llevaron a cabo la propagación de la especie.

Era un escollo que aún quedaba por superar. El precio que tenían que pagar era pequeño respecto al tiempo, en unos 15-20 minutos el coito estaba completado. Pero ahora que estaba tan cerca el momento, Raquel protestó al cielo por esa falta de progreso. Y rezó para que no tuviera que repetirlo. Todo estaba perfectamente calculado, y tanto el hombre como la mujer eran preparados desde meses antes con el tratamiento farmacológico necesario para incrementar sus posibilidades de concepción. Pero aún así, a veces el espermatozoide no era capaz de encontrar el camino.

Claro que tendría que volver a pasar por aquello un año después. Era matemática pura. Dos personas tendrán lugar a dos descendientes para que la población mantenga su número. Tan sólo de pensarlo, Raquel empezó a temblar. Se sentó entonces en el sofá y siguió los ejercicios de relajación aprendidos para casos como aquel. En unos minutos se encontró mejor.

Mientras, no excesivamente lejos de allí, Ángel realizaba los mismos ejercicios. Había sido el compañero elegido para Raquel. Elegido, claro, por otro programa informático. Éste disponía de la información biológica de cada ser humano y, tras un protocolo de búsqueda, seleccionaba a aquellos que fueran a tener una descendencia más saludable y potencialmente inteligente. La mejora de la raza humana, el superhombre proclamado por Nietzsche, estaba ahora a la orden del día.

Ángel se preparó para salir a la calle. De vez en cuando lo hacía. Pero por la noche, por supuesto, cuando nadie podía verlo. Ángel era extravagante, pero no era uno de esos que salían a la calle en cualquier momento del día, con la esperanza de encontrar a otro humano y conversar con él cara a cara. ¡Cara a cara! Con lo bien que funcionaban las conversaciones y los encuentros con su simulador de realidad virtual. ¿Para qué correr el riesgo de contaminarse con la presencia de los demás?

A Ángel no le extrañaría nada que los rumores que corrían acerca de esos hombres fuesen ciertos. Según algunas noticias de páginas prohibidas de Internet, estaban capturando a esa gente y a sus descendientes con el fin de expulsar aquellos genes de circulación.

Pero Ángel salía de noche a caminar. Le gustaba mirar la luna y su reflejo en el mar. Le gustaba sentir el aire en su cara. En ese momento cerraba los ojos, dejaba que su olfato se llenase con los aromas marinos y sonreía. Sin embargo, cuando más tarde estaba punto de dormir, sentía una tremenda sensación de culpa y una promesa de que esa había sido la última vez. Solo que no lo era.

Exactamente a la misma hora salieron Ángel y Raquel, ambos con sus permisos de reproducción en la mano y tras un proceso, obligatorio, de desinfección. Ángel llego unos minutos antes a la clínica, introdujo el permiso  en la ranura de la puerta. Ésta se abrió y unas flechas se dibujaron en el suelo. Las flechas le guiaron hasta una habitación blanca con una cama en medio y una televisión incrustada a la pared. Se sentó a esperar.

Momentos después entró Raquel y, antes de que el uno pudiera fijarse en el otro, las luces se apagaron y la pantalla se encendió. Una voz mecánica acompañaba las imágenes que, de forma explícita, les explicaban los pasos que debían dar. No es que no los supieran, aquel era un momento clave para la continuidad de la especie y se les había hecho hincapié en ello. El vídeo llegó a su fin y la luz volvió a encenderse.

Raquel miró a Ángel por el rabillo del ojo. Ángel estaba impresionado por lo guapa que era ella. Nunca pensó que aquella situación pudiese ser agradable de ninguna de las maneras. Y ahora…

Raquel también se quedó sorprendida favorablemente al ver a Ángel. Se acercó a la cama, como indicaba el protocolo, y se sentó. Llegados a ese punto, era recomendable iniciar una conversación, según indicaba el segundo punto del tercer artículo. Sin embargo, la conversación era opcional. Raquel estaba a punto de quitarse los pantalones cuando Ángel le preguntó: «¿Cómo te llamas?»

Al ver la sonrisa de él, ella sonrió. Los besos no son en modo alguno recomendables ni necesarios, no obstante, tampoco están prohibidos, decía el quinto punto del cuarto artículo. A ellos acabó faltándoles piel donde besarse.

Mantenerse en silencio ayuda a estar concentrados en la técnica aprendida. Primer punto del sexto artículo. Los gemidos de ambos llenaron la sala y parte del pasillo.

El hombre debe retirar el pene de la vagina momentos después de eyacular. Tercer punto del artículo noveno. Ángel se mantuvo dentro de Raquel cerca de veinte minutos, acariciándola y mirándola.

La mujer ha de abandonar la habitación según termine el coito y dirigirse a su residencia lo más rápidamente posible para llevar a cabo los ejercicios que ayudarán a que se produzca el embarazo. Última cláusula del décimo artículo. Raquel se quedó charlando con Ángel unas dos horas.

Tras ese tiempo, ambos se despidieron. Si el bebé nacía sano, en un año repetirían la experiencia. Si no, jamás volverían a verse. Ángel le susurró algo al oído. Raquel, asustada por esas palabras, se marchó rápidamente, dejando a Ángel confuso y triste, unas emociones que hacía mucho tiempo que no sentía.

Sin embargo, aquella misma noche, una emoción nueva empezó a recorrerle todo el cuerpo mientras, parado frente al mar, veía a una figura que corría a echarse en sus brazos.

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