Los extraterrestres acaban de descubrir el fuego. Un paso más en su evolución. Bien, para ser más exactos, estos extraterrestres a los que me estoy refiriendo son ya terrícolas, como lo éramos todos nosotros.
El hombre ha fabulado durante gran parte de su existencia con invasiones fraticidas, cruzadas interestelares y travesías galácticas. Pero lo que fábulas fueron, fábulas son. El hombre fantaseó con que alguien llegaría desde el espacio exterior con rayos de plasma, cañones de luz y demás munición incorpórea, y, sin embargo, la realidad fue distinta. Estos extraterrestres que ahora acaban de descubrir el primer fuego, viajaron en unas aeronaves antediluvianas, hechas de arcilla y huesos de animal. Y hubieran llegado con las manos en los bolsillos… de haber tenido bolsillos en los harapos de piel con los que se vestían esos humanoides semierguidos.
Olviden el tintineo de luces y el carrusel de sonidos que, se supone, debían envolver su llegada. Olvídense de las abducciones y del ejército de botones en la sala de mandos del platillo volante. ¡Por Dios, olvídense de los platillos volantes! Esta resultó ser la invasión más low cost de la historia de las invasiones, tanto, que creo que si llegan a reparar en menos detalles, pues no hubieran ni venido. Con ese currículum, es evidente que no los recibimos con temor. En cuanto llegaron se tuiteó, se retuiteó –yo mismo lo retuiteé-, en Facebook se crearon grupos, Instagram se inundó de fotografias. Los community managers lo anunciaron, en youtube un vídeo de uno de ellos tuvo millones y millones de visitas y fue compartido millones y millones de veces. Las marcas los usaron en su social network marketing y hubo una epidemia de podcasts explicando encuentros en la tercera fase
Ellos tenían muy claro su propósito, abandonaron sus naves con un grave ulular y con sus ramas en la mano. No, no es dislexia, ni tampoco es un error de tecleo. No quise decir armas, quise decir lo que dije: ramas. A golpetazo de rama fue como lograron derribar toda la civilización altamente tecnológica que engendramos. No pudimos combatirles. Les vimos llegar, sí, y creímos encontrarnos en el mismo plano real y, en él, su deficiencia tecnológica les condenaba. Sin embargo, estaban fuera de nuestro alcance. Hace mucho tiempo que al hombre ya no le preocupa nada de lo que estuviera fuera de sus dispositivos móviles. Vimos a los extraterrestres dentro de nuestra realidad virtual y ahí no tenían escapatoria, serían barridos como píxeles no deseados. Pero estaban fuera, en la realidad. En la realidad real, quiero decir. Y ahí, fueron ellos los que nos barrieron a golpe de rama. El hombre siempre pensó que la invasión alienígena sería de una especie superior y a nadie se le pasó por la cabeza eso del golpe de rama. ¿El láser? El láser, sí. ¿El golpe de rama? El golpe de rama… pues no. Desconozco si hubiéramos podido sobrevivir a un ataque con láser, probablemente no, pero al menos la derrota hubiera resultado menos sonrojante. Y ya que se pierde, al menos perdamos con dignidad. Con toda la dignidad que pueda haber en la derrota.
Largo tiempo atrás el hombre había dejado de mirar al cielo para centrar su mirada abajo, dónde estaban las pantallas de dispositivos móviles. Evolutivamente hasta perdimos la capacidad de mirar hacia arriba, allí ya no había nada de nuestro interés. Lo que había arriba, además, lo podíamos ver mirando para abajo, la pantalla de nuestros dispositivos móviles era nuestra ventana al mundo. Nuestra vida era la virtual, y virtualmente también veíamos lo que era real, ya a penas sin distinguirlo. Lo que no se decía en Twitter no se decía, si al encontrarte en un lugar no hacías el check-in en Foursquare es que no habías estado allí. Como decíamos nosotros: “las palabras se las lleva el viento, los recuerdos se difuminan, pero lo que se tuitea y lo que se etiqueta queda para siempre”. Y esa era nuestra realidad, no aquellos golpes de rama. Aquello fue algo virtualmente externo. Bueno, virtualmente externo, sí, pero realmente doloroso y realmente sonrojante, también.
¡Menudo fracaso!, ahora que lo pienso. Toda la vida pensando en el envoltorio futurista de las invasiones alienígenas, y resulta que los futuristas éramos nosotros. Ellos a duras penas caminaban erguidos, gritaban como trogloditas y si no se casaban entre hermanos, solo era porqué el matrimonio suponía una evolución –o involución, no quisiera yo jugar a abogado del diablo- de la conducta social, algo todavía por descubrir en su comunidad nómada. Partieron de su lejano asentamiento hartos de sus rupestres mamíferos decorativos en las paredes de las cavernas de vaya usted a saber qué planeta, de vaya usted a saber de que galaxia. Construyeron una inmensa flota de astronaves de arcilla y cañas. De hueso y roca… y de ramas, claro. Esas inquebrantables y absolutistas ramas infratecnológicas que dictaron nuestra sentencia.
Yo logré escapar y escribo para dejar constancia de todo lo que ha sucedido. El progreso tocó techo. No fueron diferentes idiomas sino diferentes modos de realidades lo que echó abajo la torre de babel que habíamos construido, y ahora todo ha vuelto a empezar desde un punto determinado. Quizás usted, lector, no reconozca algunas de las palabras que aquí menciono, como Facebook, twitter, dispositivos móviles o community manager. Quizás el progreso aprendió la lección y tomó otro camino para no repetir nuestro estado antes de la llegada de los extraterrestres. En ese caso, contemple este escrito únicamente como el de un perturbado anónimo que ha logrado evadir todos los mecanismos de aislamiento de algún psiquiátrico cercano… Pero si usted está familiarizado con la terminología aquí empleada, tan solo busque el cielo. Si para hacerlo mira hacia arriba, hay tiempo, disfrute de su vida. Pero si para encontrar el cielo usted mira hacia abajo, hacia la pantalla de algún dispositivo móvil, entonces, échese a temblar. El golpe de rama puede estar al llegar…
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