“El aire no podía ser más puro y cristalino. El cielo se contorneaba entre árboles y montañas remarcando aun más la belleza que transmitían por separado. El sol, calentando lo justo y necesario, como si del juez universal se tratara. 

Pero no hay belleza sin alguien que la contemple y ellos estaban dispuestos a hacerlo, surcando las carreteras, como si se tratara del eterno marinero en búsqueda de su sirena varada.

Su vehículo, un vetusto modelo anclado en el ayer, sin estridencias, más todo lo contrario. En su interior todo tenía una clara huida hacia el pasado queriendo alejarse de esa modernidad y esa dependencia a lo tecnológico. Radio analógica, salpicadero sobrio y un techo irreverente por acariciar sin cesar las cabezas de sus habitantes con su lona medio despegada.

Tatuajes recientes, camisetas de algodón, miradas de complicidad y una envolvente banda sonora, la de sus nuevas vidas, la que encabezaría para siempre esa nueva página que estaban a punto de escribir.

Para nada sirven ya esos dispositivos de última generación, al menos para ellos. Y como buenos marineros de asfalto y caminos infinitos, el lastre que ahoga es el primero que debe ser eliminado.

Tras el ruido que provoca el chirrío de la ventanilla, el asesinato premeditado de ese monstruo tecnológico caracterizado en forma de teléfono se materializa en mil añicos desparramados por el asfalto. Ellos son los portadores de la libertad, que se aleja sin prisa pero sin pausa dejando atrás las cadenas que les impedían ser como querían ser.”

Un tono de teléfono hizo que Jose parara la película que estaba mirando. Se levantó y cogió el teléfono para revisar sus mensajes.

Jose: Mierda, joder que querrán ahora.

Comenzó a marcar un número mientras se alejaba de la habitación.

Jose: Si, soy Jose. He recibido el aviso. ¿Qué queríais?

Jose: ¿Ahora? Es mi único día de la semana en la que puedo descansar. Si, si claro es muy importante, como siempre. Sabes estoy un poco harto, por no decir que lo estoy mucho.

Enojado y con el ceño fruncido se desprendió del teléfono, lanzándolo al sofá. Se acercó a la ventana, descorrió la cortina y suspiró profundamente mientras miraba hacia el cielo. El balanceo de su cabeza de un lado a otro denotaba su disconformidad.

Las últimas horas de su día libre las pasa trabajando. Siempre había pensado que trabajar desde casa era sin duda una ventaja. Las nuevas tecnologías le permitían ahorrarse mucho tiempo. Pero nadie le dijo que ese tiempo que ahorraba lo empleaba para trabajar más y más.

Tras preparase un café bien cargado, comenzaba una vez más el trajín de siempre: video llamadas, correos, adjuntos, comprobaciones.

Ya había anochecido pero todavía  continuaba trabajando. Su cara y sus gestos reflejaban claramente el agobio que sufría, estaba saturado. Pero por fin acabó de trabajar, al menos por ese día.

Una ducha caliente, un poco de música y un bocadillo vegetal eran los tres ingredientes que en ese momento necesitaba.

Bocadillo en mano, se dirigió a la habitación. Olvidó por completo la película que estaba viendo.

Se dejo caer en el sofá, agarró el mando dispuesto a verla desde el principio pero de nuevo el teléfono sonó.

El tono  le indicaba que esa vez, no se trataba de trabajo.

Jose: ¡¡Marta!! ¿Qué tal?

Marta: ¿Trabajando?

Jose: Justo he terminado ahora.

Marta: Esto no puede seguir así, y lo sabes.

Jose: Créeme que lo sé. Estoy llegando a mi límite. Cada vez me siento más ahogado por todo.

Marta: Entiendo pero ahora vístete. Tengo una sorpresa.

Jose: Cielos, cada vez hecho más en falta esa palabra. ¿De qué se trata?

Marta: ¿Qué clase de sorpresa sería si te lo dijera? Pero te gustará, además te quedará muy bien en el brazo.

Jose: ¡El tatuaje! Estás loca. ¡No serás capaz!

Marta: ¡¡Seremos capaces!! Tenemos que cambiar ¿recuerdas? Escribir una nueva página, y cada día tenemos la ocasión para hacerlo.

Jose: Pero un tatuaje no cambia nada.

Marta: Por algo se empieza. Por cierto te recojo en 1 hora. Vístete de manera informal, y coge lo imprescindible. Tengo más sorpresas.

Jose colgó el teléfono y se dirigió a su cuarto a vestirse y preparar una bolsa con lo básico. Conocía a Marta y cuando decía que cogiera lo imprescindible sabía que iban a acabar en algún lugar lejos de la ciudad. Por fin se le veía feliz.

Mientras se cambiaba, en la habitación donde estaba viendo la televisión, otra vez, la película parecía transcurrir sin que nadie la estuviera viendo.

En la pantalla podía verse cómo un hombre estaba mirando la televisión pero un mensaje en el teléfono hizo que se levantara de donde estaba sentado. Mientras se alejaba de la habitación, la televisión quedaba sola mostrando cómo alguien, con un tatuaje en el brazo, lanzaba un teléfono por la ventanilla del coche.

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