SUPERNOVAS Y OTROS ACCIDENTES CÓSMICOS

SUPERNOVAS Y OTROS ACCIDENTES CÓSMICOS

David Calvo

24/02/2014

La voz al otro lado del teléfono es dulce, suave y amable como sólo puede serlo un programa informático.

– Buenos días, le atiende María, su operadora virtual. ¿En qué puedo ayudarle?

-Hola, María. Tengo un problema con mi mujer, se llama Carmen.

– Comprendo. Dígame qué modelo es, por favor.

– Un T102.

– Un modelo excelente, señor. Una gran elección. ¿Cuál es el problema que tiene exactamente con ella, señor?

Silencio.

– ¿Señor? ¿Sigue ahí?

-Sí, sigo aquí.

– ¿Cuál es el problema con su T102, señor?

– Creo que me es infiel. Creo que me está engañando con otro hombre.

Silencio.

– Oiga, ¿señorita? ¿sigue ahí?

– Sí, señor, sigo aquí. Mucho me temo que no es posible que su T102 sea infiel, señor. Eso iría contra su programación. Su T102 ha sido configurado a partir de su propio mapa sináptico-sentimental, lo que la hace perfecta para las necesidades del usuario. Además, nuestros productos están testados por los más severos sistemas de calidad ID05: su fidelidad es absoluta.

– No me está ayudando, señorita. Disculpe que se lo diga así, con estas palabras, pero eso de la programación es una gilipollez como una casa.

– Su lenguaje no está siendo el adecuado, señor. ¿Desea realizar alguna consulta más?

Javier cuelga el teléfono. Que no es posible, piensa. Sabe perfectamente que sí es posible. ¿Cómo se explican entonces las miradas ausentes, sus gélidas caricias cuando hacen el amor, esas ausencias sin motivo ni excusa? Ellos no tienen que cenar con Carmen todas las noches, soportar esas conversaciones llenas de frases vacías y monosílabos, ese muro que crece cada día entre ellos construido con ladrillos de silencio y hastío. Ellos no pueden saber cómo ha cambiado, en lo que se ha convertido.

Aunque es algo que le avergüenza reconocer, Javier ha entrado en el ordenador de Carmen, ha controlado el historial de navegación, las descargas, incluso ha conseguido acceder a su correo electrónico. Hace dos días, mientras ella se estaba duchando, sacó el teléfono móvil de su bolso como si fuera un espía de una novela barata y repasó todas las llamadas, todos los mensajes. No encontró nada. Y por unas horas, se engañó pensando que todo eran imaginaciones suyas. Pero esa misma noche, después de besos sin amor, actos rutinarios y miradas opacas, supo la verdad. Fue como una iluminación mística, mientras escuchaba la respiración acompasada del sueño de Carmen. Observando las sombras que se acumulaban en el techo como pieles de animales, Javier le oyó decir un nombre en sueños. Y en ese momento, algo se rompió en su interior.

El tercer miércoles de cada mes, Carmen queda con su vieja amiga Ana en una cafetería del centro que ambas frecuentaban cuando eran más jóvenes, en sus tiempos de estudiantes. Siempre piden un café con leche y unos bollos rellenos de crema que consideran los mejores de la ciudad. Y después de los saludos de cortesía empiezan a ponerse al día de sus respectivas vidas.

– Bueno, ¿cómo te va con tu chico?- pregunta Ana mientras bebe un sorbo de café.-

– No sé- dice Carmen lanzando un soplido como si estuviera agotada- Últimamente, lo noto raro. Me pregunta dónde voy, qué hago. Por las noches creo que no duerme. El otro día lo descubrí mirándome el móvil. Mi móvil. Menuda le monté. He tenido que cambiar las claves.

– Pues sí que es raro. A lo mejor es un virus en su sistema operativo. O que se la ha fundido algún cable. ¿Has llamado al servicio de atención al cliente de la compañía?

-Esta tarde pensaba hacerlo. Es gracioso pero casi pensaría que está celoso. Qué ridículo. Celoso. Al fin y al cabo, ¿qué es? Un electrodoméstico más. Como una tostadora. Me pregunto si aún estará en garantía. Espero que lo esté.

– ¿Te arrepientes de haberlo comprado?

– No, supongo que no… Pero no es como te dicen en los anuncios. Nunca lo es.

Y el resto de su  conversación es sobre el trabajo, antiguas amigas y algo de nostalgia malentendida. Una tarde como  cualquier otra.

Mientras, Javier espera en el salón, a oscuras, con las manos sobre las rodillas. Los minutos en el reloj se deslizan con lentitud. Ella está tardando demasiado. Hace un rato ha destrozado todas sus fotografías, las ha hecho pedazos, ahora son confeti de colores extendidos por el suelo. Las tijeras, afiladas, del mejor acero del mercado, descansan a sus pies como un cachorro resplandeciente. Ha tomado una decisión. Ceros y unos explotan en su programación como supernovas en el cosmos.

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