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Querida hija:

Desde el Dublín de Joyce y de Bloom recorro los pasillos de este museo y me sumerjo en las historias de los libros que se han concatenado con los avatares de mi vida.

Miro, huelo y toco este objeto extinguido que tanto me ha hecho volar y sentirme viva en este cuerpo, ahora dolorido tras un periplo de aviones y de años.

Cabalgan la ficción y la realidad como versos de un mismo cantar, las tramas son como un manto de nieve que cubre mis vivencias dotándolas de una visión poética. El estremecimiento que sentía con tus primeras sonrisas y la agitación de la Aomame de Murakami en sus encuentros con hombres de pelo ralo. Papillon con sus fugas y nuestras conversaciones nocturnas de llanto y cansancio. Los paseos por el parque y tus porqués, y las andanzas alucinatorias de Sancho y Quijote.

Quizá mi vida ha sido una metáfora de las letras de tinta que he leído, o tal vez las historias que embebí modelaron mi sentir.

No sé, parece un embrollo en la era donde la expresión tiene un límite de cientocuarenta caracteres.

Un beso infinito:

Penélope

Dublín, 16 de junio de 2016

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