Mi televisor sólo emite entierros sórdidos. Es una faena. Tengo como ochenta canales o más y en todos ellos, a todas horas, lo único que echan son entierros sórdidos.
El patrón es siempre el mismo: un cementerio, un día lluvioso, dos asistentes que no derraman ni una lágrima. Se limitan a mirar el féretro. No hacen nada más. El hombre lleva un traje negro. La mujer, una rebeca negra con volantes y una falda que muere sobre el fango. Están tan pálidos que crees que el televisor se ha estropeado. Entre ambos se eleva un gran ciprés y, al otro lado, el cura con los brazos alzados al cielo gris suelta su homilía en un idioma ininteligible. Yo diría que se lo inventa. Y todo el tiempo gotas de lluvia que caen sin parar.
Luego, el cura hace la señal de la cruz, el ataúd desciende y, tan pronto como desaparece bajo el suelo, empieza un nuevo entierro calcado en todo al que acaban de emitir. El mismo cielo gris, pétreo. Un cielo pesado que envuelve la escena. Un ciprés negro. Lluvia. Un hombre y una mujer inmóviles. Un cura con los brazos levantados que murmura una oración en un idioma inventado.
La única forma de distinguir un entierro sórdido de otro entierro sórdido son las gotas de lluvia. Cuando uno lleva años con una televisión en la que sólo se transmiten entierros idénticos, aprende a diferenciarlos por las gotas de lluvia. Por ejemplo, donde en un determinado instante una gota cae sobre el zapato negro del hombre, en otro entierro, en ese mismo instante, esa misma gota cae sobre el suelo unos centímetros más allá o unos centímetros más acá.
No es nada fácil de apreciar. Hay que concentrarse mucho. No dejarse distraer por la apariencia idéntica de los entierros. Lo importante es la lluvia. Dónde caen las gotas. El dibuja que forman. Su ritmo. Su patrón.
Puede llevar una eternidad aprender a disfrutar de este espectáculo.
A veces, en el trabajo, escucho a los compañeros: ¿viste ayer el partido? ¿viste ayer el telediario? ¿viste ayer la serie tal o la serie cuál o el programa aquél? Y me dan lástima. Una lástima tremenda. Más aún cuando alguno de ellos desaparece y no vuelve y sé que lo están enterrando en algún canal de mi televisor, bajo un espectáculo de lluvia maravilloso que nadie comprende.
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