Se trata de una pregunta que nos planteamos con moderada inquietud, a medianoche, cuando ya no queda nada por preguntar. Antes la planteábamos, no dejábamos de plantearla, pero de un modo demasiado indirecto u oblicuo, demasiado artificial, demasiado abstracto, y, más que absorbidos por ella, la exponíamos, la dominábamos sobrevolándola. No estábamos suficientemente sobrios. Teníamos demasiadas ganas de ponernos a filosofar y, salvo como ejercicio de estilo, no nos planteábamos qué era la filosofía; no habíamos alcanzado ese grado de no estilo en el que por fin se puede decir: ¿pero qué era eso, lo que he estado haciendo durante toda mi vida? G. Deleuze y F. Guattari ¿Qué es la filosofía?
La libertad soberana que otorga la vejez, nos brinda la posibilidad, y el derecho, de que el tiempo nos habilite a que las piezas encajen.
Me gusta la idea de ver este momento como una especie de epifanía; todo aquello a lo que estuvimos rondando a través de nuestra existencia, parecería empezar a tener sentido. Un sentido que, y a pesar de haberlo buscado intensamente, nos había resultado esquivo, siempre.
Filosofar era, para algunos de nosotros, un espacio detenido en el tiempo.
Un tiempo en el que nos permitíamos retozar sin apuro sobre paisajes indescifrables, extraordinarios, magníficamente desconocidos, hechos por otros y transitados solamente por iniciados.
Filosofar era, para algunos de nosotros, una aventura sin límites.
Aventura sobre la cual éramos los único responsables al asumirla, comprenderla, generalmente a medias, reinventarla, las más de las veces y, por sobre todas las cosas, hacerla nuestra, y de nuestros amigos.
Filosofar era, para algunos de nosotros, una certera posibilidad de libertad.
Libertad de la que nos apropiábamos, incluso desconociendo el riesgo que eso implicaba, y la manipulábamos de manera feroz. Un riesgo que, una vez superada la fase de travesura intelectual, se transformaba en abierto desafío al entorno circundante.
Filosofar era, y sigue siendo, para algunos de nosotros, la única opción de enfrentar la existencia de un modo digno, atento, vigilante y despierto, aun transitando períodos de duermevela que, a menudo, se vuelven eternos.
Horacio J. Ferreras
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