Él solo caminaba para pensar en cosas que a nadie parecían importarle, ya antes había platicado con alguien en algún café sobre lo que pensaba pero no había encontrado respuesta a lo que decía, sabía que no era mala idea hablar con las personas sobre sus reflexiones, escuchar lo haría aprender pues podría pensar en otras cosas, pero llegó el momento en el que prefería pensar cuando caminaba por las calles y los parques mientras pisaba las hojas secas de los árboles que se encontraban en su camino, bajo sus pies, aunque eso no lo hacía feliz.

En su mente habitaban todo tipo de ocurrencias, aunque éstas solo podrían brindarle alguna idea para pensar en serio, para preguntarse y responderse tantas veces como las mismas respuestas llevasen a otra pregunta. Las ideas no pueden ser lo mismo que las ocurrencias, se decía, aunque ciertas ocurrencias sí que pueden ser buenas ideas, se contestaba. El hecho de darse a sí mismo la oportunidad de escucharse lo llevaba por caminos andados tantas veces que ya no era necesario ver el suelo, sabía bien en qué momento pasaría por ese agujero en el que cayó la segunda vez que se habló así mismo, cuando de regreso de la oficina en la oscuridad de la noche y de la luminaria descompuesta, así como Tales cuando cayó en el pozo, y en ese momento y precisamente ahí cuando decidió hacer esto todos los días.

Despertar dos horas antes de lo acostumbrado para recorrer el camino al trabajo que antes hacía en el auto en quince minutos, no representan mayor esfuerzo, las satisfacciones que encuentra estando consigo mismo, escuchándose y respondiéndose en su propia mente, eran más grandes que ir en el trafico junto con otros automovilistas enojados a primera hora. Había ocasiones, la mayoría de la veces, si la honestidad está a flote, en que su mente estaba tan atiborra de ideas que debían de ser dichas, que los vecinos, por donde pasaba todos los días a la misma hora, le escuchaban perfectamente, y le veían haciendo ademanes, moviendo la mano izquierda a la altura de su oreja abriendo y cerrando la mano y la derecha daba círculos perpendiculares a su abultado abdomen, que al paso de las semanas comenzó a hacerse pequeño, además que muchas de las veces la mano siniestra estaba en la parte superior de su cráneo rascándose, como si tratara de sacar las ideas a la fuerza de su cabeza.

Una y otra vez las personas lo veían pasar, murmurando cosas, o en muchos casos gritando ¡claro! -como aquel gran ¡eureka! Que pronunciara Arquímedes- haciendo muchas veces que quien estuviese cerca de él se exaltase y diese un salto inevitable por el susto que les acomodaba sin querer, pero inmediatamente regresaba a murmurar “bueno, aunque si tomamos en consideración que…” y su camino, lento, hacia su trabajo era inevitable.

Después de algunos meses de llevar a cabo su labor reflexiva peripatética, decidió tomar un descanso en una de las bancas del parque que atravesaba en su camino, traía una taza de café en la mano, y la sombra de un árbol le cobijaba, era mayo y por primera vez en mucho tiempo miró, miró lo que estaba a su alrededor, vio que había flores en las arbustos y vio aves revoloteando de un árbol al suelo y de regreso. Aunque lo que más le llamó la atención fue un joven, de cabello alborotado con una taza de café en un mano, con un cigarro entre los dedos y en la otra mano cuatro o cinco libros. Lo siguió con la mirada los veinte metros que faltaban para que llegara al lugar donde estaba la banca en la que estaba sentado y al cruzar frente a él escuchó un cuchicheo en el que decía claramente “la pregunta que se interroga por el ser” y luego lo siguió los treinta metros más que faltaban para salir del parque, sorprendido, pensando en que no era el único y cuando se perdió de vista se levantó y comenzó a seguirlo, ahora no sería la mirada lo único que iría detrás del joven.

Espero que no me corran, se dijo antes de meter un pie por la puerta de un edificio al que vio meterse a su inocente guía, y al entrar se encontró con otro aire, otra luz, otra sensación, la hermosa fuente que adornaba el patio en el que se encontraba lo insinuó a voltear hacía la magnífica escalera que le permitía subir a una nueva vida, pasó por la puerta de una oficina y al sonar el teléfono alguien lo tomó y dijo facultad de filosofía. Era hora de renunciar a su trabajo.

Se presentó a la oficina del jefe y le dio las gracias por la oportunidad de trabajar a su lado durante tantos años, quince se cumplían ese junio, pero ya no era su vocación estar ahí e inmediatamente le ofreció sus servicios como filósofo ¿de cuándo acá eres filósofo? Le respondió su antiguo empleador y solo pudo responder, desde este momento.

El mundo es un lugar en el que la filosofía había dejado de ser importante, la avidez de novedades nos mantiene ocultos en un grupo al que no pertenecemos, en un mundo que no es real. Gracias. Los aplausos al final de su ponencia en el congreso de filosofía fueron tantos como para reafirmar que su decisión fue la mejor, pero bien sabe que si no la hubiese tomado en ese momento no habría recibido nunca ese reconocimiento, el trabajo ahora era mayor que en la empresa en la que trabajaba, pero era un trabajo satisfactorio su esposa lo veía feliz y sus hijos podían estar con él todos los días, un hombre es feliz cuando tiene lo que necesita y no desea cosas que no le hacen falta. Un hombre es feliz solamente cuando se propone ser feliz a través de la experiencia de sí mismo y no de la experiencia de lo que está fuera de él.

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