El verano les regaló una noche fresca, iluminada y callada. Y con todo el universo observando sin que ellos lo notasen, simplemente pasearon.

­­­-No sé qué pensar. No comprendo mi vida ¿Qué me pasa? -cuestionó él.

Tras un breve silencio, continuó.

-No es que me queje pero…ojalá todo fuese más fácil.

De nuevo el silencio. Ella siempre decía que ninguna respuesta antigua es realmente útil. La verdadera respuesta debía brotar en aquel momento. Esperó y escuchó.

-Lo es. Y lo sabes-respondió al cabo de los minutos-. Una sonrisa adornó su rostro.

Una alegría relajada la acompañaba siempre. Su sola presencia disolvía el miedo, él lo sabía y no dudaba en aprovecharlo. Lo llamaba “el contagio silencioso”, y jamás, en toda su vida, olvidaría este preciado tesoro. Lo llevaría consigo hasta hacerlo suyo, hasta reconocerlo como propio. Y ese camino requeriría de él una entrega absoluta. Pero de momento sólo sabía saborear lo que ella, con su simple mirar, le regalaba.

Una estrella tintineó varias veces, como avisando de que lo que venía a continuación era importante. O eso le pareció a él, y aceptando el mensaje, prestó atención.

-Ya sabes que no ves el mundo como es. Sabes que no puedes ver nada más que el pasado. Tus memorias te visitan a cada paso. Sólo eso es lo que ves como problemas. Te parecerá tan difícil como recuerdes que es. ¿Por qué no acudes a quien puede enseñarte? Ya sabes dónde está.-Una ligera brisa les vino al encuentro para cerrar el comentario.

Ella cerró los ojos mientras caminaban y disfrutó del momento. Él, por su parte, procesaba lo expuesto. Cada palabra conseguía remover sus ideas, y desde la confusión se veía obligado a crecer.

-Sé que lo hemos hablado, pero siempre olvido hacerlo. La vida me arrolla y se lo lleva todo. Me deja indefenso y simplemente siento miedo. Ojalá estuvieses siempre cerca para recordarme las cosas-se sinceró él-.

-Bueno, de eso trata todo esto. Estás teniendo una pesadilla. Si nunca olvidases acudir a quien te puede despertar, dejarías de vivirla.-Un jazmín apareció en su mano, y el aroma acompañó cada una de sus palabras-. Sólo tienes un problema, cariño. ¡Aprende la única solución!

Con su habitual buen humor, agarró la mano del joven y sin ninguna prisa, la besó. Su sonrisa quedó al descubierto, y él, desarmado, se la devolvió como pudo.

Pasaron los minutos y la ciudad acogía el paseo con calma. Apenas se cruzaron con nadie y el silencio, debían admitir, les gustaba.

-Cuéntamelo otra vez, por favor. ¿Qué solución es esa?-retomó él.

-Bueno, te lo diré, pero sabes que esto tendrás que hacerlo tú.-Esperó a que él asintiera, y continuó-. Recuerda siempre esta historia: tu mente se durmió, pensó que se fragmentaba, nacieron el espacio y el tiempo, y a su vez, una falsa identidad que ahora confundes contigo. Olvidaste quién y qué eres. Y aquella caída, aquel momento tan trágico como irreal se repite en tu mente. Adopta distintas formas y parece ocurrir fuera de ti, pero todo esto que ves… ¡Es tu propia mente! No vives más que la repetición continua de algo que crees que pasó. ¿Qué otra cosa sino el recuerdo de quién eres puede ayudarte? ¿Qué otra cosa tiene sentido aprender, sino a ser feliz? Ahora bien…no puedes encontrar ese recuerdo desde lo que ahora crees que es tu mente, pues ahí sólo escuchas repeticiones de historias pasadas. Necesitas entrar a un espacio libre del pasado, donde la verdad te sea revelada y por consiguiente, la raíz del problema sea sanada. Este lugar debe ser tu prioridad, siempre. Nada más debe interesarte, salvo llegar a ese espacio. ¿Sabes qué lugar es, verdad? –La pregunta le cogió por sorpresa, pero tras respirar con profundidad, respondió.

-La Paz. Todo trata siempre sobre aprender a llegar a la Paz. Y eso es justo lo que no sé hacer…-un suspiro concluyó su respuesta.

-La parte de tu mente que te dice que no sabes es justamente la parte ficticia de ti mismo. Acude a tu parte real. Tu auténtico yo sigue despierto y en plenas facultades. Entrégate a él. Pon tu vida en sus manos. Suéltalo todo. De su mano, la Paz es inevitable. Cuando dejes caer la falsedad, aparecerá ante ti un mundo feliz, y el placer de la auténtica Vida te dejará sin palabras. Repite sin parar: Pongo la vida en tus Manos. Y contempla tu propio renacer.

Los árboles acompañaban la conversación. Los naranjos adornaban el ambiente con un aroma fresco. Y guiados por el sendero de frutas caídas, un regalo más de aquella mágica noche, fueron guiados de vuelta a casa.

Ella, inspirada como siempre, continuó.

-Piensa en la percepción como un todo. Es una sola memoria, con muchas formas, que te muestra lo que esconde tu mente. Piensa en ello como algo de lo que intentas separarte. Recuerda que la única cura es unificar tu mente, y lo único unificado que existe, es el Amor. Di “te amo” a cuanto percibas. Di “Gracias” a todo lo que vivas. Perdona con cada respiración, perdona todo cuanto sea puesto ante ti. Perdónate cada día. Todo esto te llevará a la Paz. De esta manera volveremos a vernos.

La amplia avenida les llevaba hasta la casa del joven. Un bloque color crema, alto y rodeado de jardines. Sacó sus llaves del bolsillo y la miró.

-Gracias por esta noche. Perdona por hacerte venir desde tan lejos, pero necesitaba este paseo-le dijo él, directamente a sus ojos verdes.

Su pelo, largo y negro le caía sobre los hombros. Alborotado y libre, simbolizaba la verdadera Vida, esa de la que ella era un auténtico ejemplo.

-Parece que estoy muy lejos, pero eso también es percepción. Te amo, y nada más puede ser verdad-respondió la joven, con una sonrisa contagiosa-. Me llamas y me imaginas aquí, paseando contigo, pero te digo que la Paz a la que estás destinado te mostrará que nunca me he ido, y que siempre, siempre-recalcó- estaré contigo.

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