Escribo esta carta porque prefiero que se enteren por mí a que les lleguen chismes que suelen tergiversar o exagerar los hechos. No es una manera de excusarme sino simplemente de explicar lo sucedido con la mayor cantidad de detalles posible. Todo empezó a principios del mes pasado después de un largo día de trabajo cuando recibí en mi consultorio al sujeto 12.34.66: hembra, generación 2318, de la tribu de los Minus. La cita transcurrió con normalidad, le saqué algunas pruebas de sangre y le apliqué el suplemento alimenticio. Sin embargo, antes de que saliera hubo algo que llamó mi atención: el sujeto se quedó mirando por algunos segundos la obra de Klimt que tengo colgada en la pared, parecía como si la estuviera admirando. Cuando le pregunté que hacía salió por la puerta sin decir nada. No pude dejar de pensar en eso en el camino de vuelta, así que llegué a la casa a buscar si decía algo al respecto en el libro del Doctor Phelps.

Lo único que los defectuosos comparten con nosotros es el lenguaje, no tienen la capacidad de disfrutar, ni de entender una obra de arte. Son, como los animales, seres básicos, con necesidades básicas. No tiene sentido exponerlos a placeres más elevados como la música, el teatro, la pintura o el cine. Si por alguna razón tienen comportamientos que indiquen que disfrutan de alguna de estas actividades es porque los han adquirido imitando a los seres humanos normales”.

Esto resolvía el asunto así que me fui a dormir tranquilo. Sin embargo, por curiosidad científica, la semana siguiente decidí retirar de la pared el cuadro de Klimt. Ninguno de los sujetos notó su ausencia menos el 12.34.66 que apenas vio la pared desocupada hizo un gesto de tristeza. Esto no podía ser de ninguna manera un comportamiento imitativo. Cancelé todas las citas de esa tarde y revisé detenidamente su archivo para cerciorarme de que le hubieran diagnosticado correctamente. Todo estaba en orden, el sujeto 12.34.66 era sin duda una defectuosa. Busqué por todos lados una explicación a su reacción frente a la pintura, o algún ejemplo de un caso similar, pero lo único que había acerca del tema era lo que ya había leído en el libro de Phelps.

Para asegurarme de que lo que había notado no había sido producto de mi imaginación la volví a citar en mi consultorio. Cuando vio el cuadro de Klimt colgado de nuevo en la pared esbozó una sonrisa. Quería saber si solo sentía una inclinación hacia la pintura o también hacía otras artes, así que antes de que saliera le puse la quinta Sinfonía de Beethoven. Sus ojos adquirieron un brillo diferente. Durante las siguientes dos semanas la cité todos los días y fui testigo de cómo se podía quedar admirando durante horas las pinturas de Miguel Ángel, de cómo se emocionaba al ver las películas de Billy Wilder y se reía al escuchar los cuentos de Chejov. Incluso vi una lagrima derramarse por su mejilla mientras le leía un poema de Machado. Yo estaba completamente fascinado con esa creatura. Tenía todas las características de una defectuosa pero era capaz de apreciar las obras de arte más finas. Cada sesión duraba de dos a tres horas y al terminar le preguntaba cómo le había parecido. Por supuesto que sus opiniones no eran muy sofisticadas pero sí, en su muy básico lenguaje, lograba describirme lo que había sentido. Todas las notas de sus reacciones van adjuntas a esta carta por si llegan a de ser de utilidad para La Federación.

El viernes pasado iba a dar por terminadas las sesiones y a informar a la dirección el descubrimiento. Sin embargo, las cosas no salieron como esperaba. Esa tarde vimos Casablanca y cuando le pregunté qué le había parecido se lanzó a darme un beso. Se notaba que no sabía lo que hacía, que simplemente estaba imitando a los personajes de la película. Es pertinente recordar que su generación es la de 2318. Es decir, que cuando nació ya se había aprobado la ley de Prevención 0403 que prohíbe cualquier tipo de contacto físico entre los defectuosos. Yo me alejé y le expliqué porque no era natural lo que estaba a punto de hacer. Ella, sin embargo, insistió. Me deje llevar por mi curiosidad y le devolví el beso. Debo confesar que no sentí repulsión alguna. Le metí mi mano entre sus bragas y, como era de esperarse, tardo segundos en venirse. Desde ese momento ya no era la curiosidad científica lo que me movía sino mis instintos. La senté encima de mis piernas y acaricié sus senos. Nos pasamos a la camilla. Yo le indicaba paso a paso lo que tenía que hacer. Nos volvimos uno. Sí, por más que me cueste aceptarlo, esa noche la sentí igual a mí y la vi como a una mujer normal. Al acabar nos quedamos dormidos

No fue sino hasta la mañana siguiente que me di cuenta de lo que había hecho. Me sentí tan culpable y asqueado de mí mismo que me bañe tres veces con desinfectante. Después caí en cuenta de que ni siquiera había utilizado preservativos así que antes de que el sujeto se despertara me hice cargo del asunto. Llamé al director y le confesé lo que había pasado. Él me tranquilizo, me dijo que no era la primera vez que sucedía algo así y que si ya me había hecho cargo no había nada porque preocuparse. Sin embargo, adjunto mi carta de renuncia porque sé que después de este desafortunado incidente no voy a poder realizar mi trabajo de la misma forma. Siento mucho lo sucedido y espero que encuentren una forma de entenderme. Para mí ha sido un placer trabajar para La Federación y haber sido parte de este proyecto que pretende preservar la supremacía de la raza humana.

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