Al final me pongo el cuerpo y salgo a la calle, como todos los días.
Como todos los días,
toneladas de smog me van lustrando en gris la insípida rutina.
A veces me detengo a besarte la sombra y otras veces, desde no sé donde,
llega un destello y me encandila.
Es suficiente entonces restregarme los ojos con las manos del mundo embarradas y rojas, tributar con mi suerte de tierra y pan caliente, al tribunal supremo que jamás me perdona.
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