Y cerraba la puerta y la oscuridad la hacía temblar. Las formas fluorescentes de a poco se iban desvaneciendo. Con los meses empezaba a darle aspectos y presagios deiformes. Era entendible, debía religarse a algo, salió a la abuela.
Volvía el recuerdo y la locura, no era olvido porque le dolía un futuro dentro suyo. Yo sabía que no dormía, veía su vaso de agua divorciado de las pastillas. De seguro gustaba oír los pasos, capaz las llaves tintineando contra los bolsillos como péndulos desarticulados le marcaban las horas de edades innecesarias. Entreabrirse y cerrarse puertas. En cualquier momento sería el turno de ella, intentaría inspeccionar para afuera pero…pobre, siempre estaba la pared bordeaux. El color que más le gustaba. Había dejado de hablar sola y en su mente también ya no había voces. Perfecta, acostumbrada. Bastó con decirle en nuestro primer encuentro, esto es amor haciéndose.
Vestal, respetuosa, metódica, que te puedo decir. No emitía queja alguna… pobre, porque tuvo que perecer así. Me lo hubiese comentado y lo hablábamos. No podía quejarse. Sin ruidos, el eterno descanso y brillaba para ella la luz de la cerradura. Claro, para que vea sus andanzas, bastante erradas en su mayoría.
Nos entendíamos tan bien, cuestión de piel, de sangre, que se yo. Médico no soy. Nos queríamos, se olía en el ambiente, ella nunca decía nada. Me hubiese gustado tanto escuchar lo que pensaba.
Hoy he quedado solo, bueno…con la pequeña preciosura. Ah! Si vieran el cariño con el que me miran con sus ojos. He intentado que duerma conmigo, esa rebeldía de niños. Ya sabe como son. Miedo a la oscuridad, revisar debajo de la cama y me podrías dejar la luz prendida porque quiero que el peluche no tenga miedo. En fin, me cansé…prefiere el cuarto de su mami.
Todo se complicó cuando pusimos esa ventiluz y el invierno. El reclamo apagado, cabizbajo de unas sábanas. Las tuvo a la media hora, era mi vida, ella pedía y tenía lo que quisiera de mi…pobre. Pensamos en un médico, pero soy un tipo culto, curtido, la calle enseña que hacer. La he parido yo. Mostrarle el mundo, abrirle los primeros ojos a mi niña!
Uno se agota también, no vaya a creer. Las compras, la comida, el cuidado constante, la mocosa, el llanto de las dos, curar heridas. Y quien mejor que el amor. Lo cura todo. Me esperaba en su cama, desesperada respiraba bocanadas de aire que entraban desde la puerta. Esquinada, mi mano consoladora de hombre ejemplar. El bello disfrute, entrecerrar de ojos, las manos que iban de la garganta a hacia su intimidad. Piaffe…passage, moviendo las elevadas ancas, firme, quieta!. Quedaba encerrada por dos manos que la maniatan y tiraban de espaldas. Todo se volvía transparente. Nos debatíamos y tensábamos en largas charlas del cuerpo entremezclando reclamos, odios y perdón. Sacarnos culpas, rasguñándole la espalda, golpes en donde se nos iba la obligación de haber existido. El respiro entrecortado, la dominación de ella, abismo, se abandonaba etérea…el respiro final, ruido en su máximo paroxismo. El campo de batalla arrugado con sangre e iniciaciones virginales de anteriores beligerancias. De pronto la calma, dos personas yacen juntas en el suelo, heridas cada una según su historia…el éxtasis. Libre de tensión, dormía hasta su cena del otro día.
Saberlo antes. Allá afuera es un lugar perverso porque creemos conocerlo. Sobre él hemos hecho y desechos por todos lados del cuarto. El ventiluz, luz de caverna. Sospechó que se hizo de sonseras, el vecinito que corría sin parar, de las viejas que reían y reían criticando, de la nenita que le contaba de números, recreos, del amiguito de banco que le gustaba y quiero ser maestra cuando sea grande mamá.
Lo demás es historia que ya sabe, por eso estoy en este horrendo lugar no?, cómo pueden tener a una persona hacinada en algo como esto?. Una sábana inocente pendía firme a los fierros del ventiluz y tensa al cuello. Tenía cincuenta y pico, no soy bueno con los números, la sábana una eternidad, la del génesis. Y mientras, mi desesperación por todavía querer protegerla de este universo hostil, y mire que si será perverso que le sacó el habla desde su impotente llanto de parto…pobre, hermanita mía.
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