Que bien que ya no pueda más. Que bien que, al fin, este último revés sea por fin el último. Que, al fin, me haya dado unas pocas fuerzas que dedicaré para acabar lo que por mi parte podría no haber empezado. Que bien.

No podría haber elegido mejor día. El sol hoy se despertó con ganas de gritarnos a todos: buenos días, que bien que, al fin, os vuelva a ver a todos otra vez. Él, que es el único capaz de vivir en un constante amanecer, y en constante atardecer. Él, que mientras se marcha dando la espalda por donde ha pasado, viene saludando radiante por donde retorna. Recorriendo eternamente el camino que ya hizo, sin que eso le haga perder ánimo o brío. Condenado a reír, de júbilo o por costumbre. Condenado a observarnos impasible, mientras nosotros vivimos vidas insignificantes, yo os envidiaría a todos por ello, mas supongo que él no.

También la Luna, que no será ella testigo de una atrocidad más, al menos por mi parte, nos saluda sin faltar a su cita, noche tras noche, para mecernos en un viaje al otro mundo, nuestro mundo de los sueños. Y lo hace centelleante, vistiendo la luz de otro, cual vestido de gala para una noche especial: esta y todas. Pues sabes que, yo sentiría tristeza, tristeza por no brillar por mí mismo, por ser una vulgar imitación de algo mejor, esplendido, sublime. Sentiría empequeñecer, haciendo aparición tras la magnífica actuación de la verdadera estrella del show.

Y es ironía, lo bien que se ve el mar, que hoy se muestra apacible, que hoy nos cautiva con su baile, desde detrás de la orilla donde descansar hasta el horizonte desconocido. Justo hoy, el gigante fantasioso ha decretado que nos deleitará con la mayor de las espiritualidades que puede advertir el alma, pues es contemplarlo y soñar que estás viviendo. Es mirarlo y sentir que estas soñando. Y en su inmensidad, en su desmesurada existencia, se siente solo, o así me sentiría. En él se alberga la vida en un número casi infinito, pero a él se le escapa, él no vive, solo existe para que otros vivan, existiendo a medias.

Me despido con una reflexión; mi último adiós en mi último meditar. Pues si en todas estas cosas, hermosas sin fin, que bien las he nombrado, no hubiera el ser que somos para contemplarlas, ¿no se estaría perdiendo un matiz de todas ellas? ¿No se mira a sí mismo el Universo y todo lo bello que hay en él mediante los ojos de los únicos seres que pueden llegar a amar su perfección? Somos lo que somos, claro, y puede que no seamos nada en realidad. Un capricho del azar. Un abuso de poder del destino. Aunque si decidimos creerlo, nosotros somos los únicos capaces de leer el poema que es el Universo. Somos los únicos que nos emocionamos con sus complejas rimas, con sus anáforas, con sus enumeraciones, con sus aliteraciones, con sus delicados versos.

Dejadlo, puede que ya desvaríe. Puede que las despedidas evoquen recuerdos más hermosos de lo que fueron en realidad.

He contribuido poco al poema que es la vida. Mi verso acaba hoy, pues no encuentro en mí metáfora que contar, o más bien no me encuentra ella a mí. Mi vida ha sido un desastre. Tal es así que no serviría ni para crear un poema triste, pues de despreciable que fue, no os traería pena, sino agonía. Y ya la he sufrido yo lo bastante como para hacer que también la sufran otros.

Me despido haciendo apología de la vida, y sabed que todo lo bello que hay en ella importa porque vosotros estáis ahí para verlo. Así pues, mirad con el alma y veréis.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS