– Maestro, me presento ante vos, con humildad y obediencia, una vez finalizado mi viaje, y ahora, pasados tantos años, creo tener la certeza de poder responder todas las preguntas que me formulasteis antes de partir.
– Me alegro de verte hijo mío ahora que te presentas ante mí, ¿qué respuestas traes? ¿Contestarás ahora, una a una, mis preguntas?
– Sí, maestro.
– Hijo, ¿a qué sabe una mandarina?
– Maestro, en culturas como la asiática el árbol de la mandarina se relaciona con la prosperidad, la suerte y la fortuna. De su fruto deriva un sabor especial: la felicidad. Por tanto la primera pregunta debemos entenderla como el inicio de una búsqueda: encontrar la felicidad. Éste es el objetivo de cualquier viaje vital, pero no como una meta, ya que siendo la mandarina circular, signo de un camino tenaz y redundante, deberíamos escudriñar la felicidad en el propio tránsito por la senda, disfrutando así de nuestra existencia mientras la vivimos.
– Aciertas en tu primera respuesta, ahora responde, ¿A qué sabe una taza de chocolate caliente en invierno?
– Son muchos y conocidos los beneficios del cacao, pero el chocolate caliente y sobre todo en invierno nos gusta por significar calor, como la hoguera que antiguamente calentaba y protegía a nuestros ancestros y de hoguera declinamos la palabra hogar. La sensación de calor nos recuerda a la familia, que debe ser el sustento de cualquier vida, el pilar sobre el que construirnos como personas y con el que dejaremos para el futuro, a través de nuestros hijos, un verdadero legado. La taza de chocolate caliente maestro sabe a familia.
– Y entonces, ¿A qué sabe un cuchillo de acero inoxidable?
– Esta pregunta es fácil maestro, el sabor del cuchillo es amargo y frío, con esta pregunta quería que entendiera el otro lado de la vida: no todo es agradable. Junto a las alegrías que podamos vivir compartiremos el camino con episodios dolorosos. Por tanto el cuchillo es lo contrario al sabor de la felicidad, pero debemos sentirlo e interiorizarlo para valorar su opuesto. El cuchillo sabe a tristeza.
– Has meditado correctamente las tres primeras preguntas, pero ahora, ¿qué me dices de cómo suena una barra de pan?
– Responder esta pregunta me llevo mucho tiempo maestro. Al principio visualicé una metáfora, como en la cultura cristiana, donde el pan une en la mesa a los apóstoles alrededor del cuerpo de su dios y así me apoyé en la fe, en lo trascendente, como camino, pero la realidad es que existen ascetas y ateos que encuentran la felicidad completa, por lo que medité en el pan como algo elemental, como nexo de lo básico, el alimento primario que llevado a una búsqueda existencial representaría la importancia de los valores más sencillos de la vida, disfrutar de los pequeño, lo simple y lo básico. El pan suena a firmeza en los fundamentos humanos, a la esencia de lo importante, así debería ser el ritmo del pan: el que marque la toma de decisiones en nuestro transito vital: el sonido del sentido común.
– Ya te encuentras más cerca del final y pese a que la anterior pregunta era difícil considero la siguiente más compleja, dime entonces hijo, ¿a qué huele el otoño?
– Maestro, al acabar el otoño llega el invierno, que significa el final de un ciclo: la muerte. El otoño es el ocaso, es madurez, es el comienzo del final del trayecto, pero dentro de un ciclo ininterrumpido, en el que todos volvemos a empezar; así en la parte de nuestro camino que supone el otoño, deberíamos haber cultivado nuestra mente, para, antes de llegar al ocaso de la vida, sentirnos plenos y, al igual que las hojas caen al suelo, nuestra mente debería desprenderse de lo superfluo y banal, asimilando conocimientos enriquecedores, ya sea a través de los libros estudiados o las experiencias vividas. El otoño huele a sabiduría.
– Y bien discípulo, entendiendo lo que supone el otoño en nuestra vida, contéstame, ¿qué hora del día de tu vida crees que es?
– No se responder a esta pregunta maestro, ya que no puedo conocer mi destino. Asumo que la vida es cíclica. Debería ser lo suficientemente inteligente para no preocuparme por esta respuesta, porque nunca podré contestarla, desconozco mi destino más próximo, no sé si mañana será el último día de mi vida, si moriré en la próxima hora, no disfrutaría con todos mis sentidos si estuviera preocupado en cuanto tiempo de mi día me queda por vivir, por tanto maestro no tengo los conocimientos suficientes para responder, tal vez sea aventurarme y prepotente por mi parte, si lo deseas puedes ayudarme maestro.
– Muy bien hijo, tu búsqueda ha llegado a su fin y tu humildad y esfuerzo merece como regalo darte la respuesta a la sexta pregunta, ¿Quieres conocerla?
– Sí, maestro.
– Siempre la más importante: la primera del resto de tu día.
– Gracias Maestro.
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