Está el pensador esperando a que pase la tarde, bajo la sombra de un frondoso naranjo. Quiere resolver el mágico enigma del pensamiento, se pregunta en silencio: ¿Qué es pensar? ¿Cómo se fabrican los pensamientos? ¿De qué manera existen? Un ventarrón pasa con afán en ese momento y dobla el extremo del pasto que tiene apretado entre sus labios. Entonces cree por un instante que los pensamientos son como el viento que pasa veloz; se arremolinan en la mente del pensador hasta mover su realidad, hasta existir más allá de la piel de quien los piensa. Tan necesarios como el aire para vivir. En aquel momento se imagina ser un hombre sin pensamientos y un frío nefasto le recorre todo el cuerpo. Cree que aquel hombre que ha pensado ser, sin pensamientos, por ese motivo tampoco tiene alma. ¿Acaso es posible la vida sin el pensamiento? ¿Vivir sin pensar? ¿Sin respirar? ¿Existir sin alma? Se estremece al imaginarse a sí mismo vuelto un desalmado muerto viviente, que ha caído hasta el fondo de un abismo oscuro e incomprensible, lejos de la luz. No puede evitar asombrarse por esos insólitos pensamientos, pero vuelve en sí para decirse en un grito silencioso de alegría: ¡Qué grandioso el hecho de pensar mis pensamientos! Aunque algunos sean sombríos.
Entonces piensa que los pensamientos son como la luz que espanta la oscuridad de la ignorancia y la muerte del alma. En ese momento el sol alumbra con más fuerza y la sombra del árbol refleja nítidamente sus límites; más allá los iluminados rayos golpean y hacen brillar el césped con su cálido fulgor y más acá en la sombra del naranjo está sereno el pensador. Piensa que esos mismos rayos de luz que ahora iluminan el césped, hace apenas un segundo estaban trescientos mil kilómetros más allá de la atmósfera terrestre, llenando con su viaje sorprendente el aparente vacío del espacio universal. En ese instante se imagina vuelto un rayo de luz viajando por el cosmos infinito, visitando de lejos soles inmensos y agujeros negros, siguiendo la marcha de las estrellas fugaces hasta alcanzarlas, dispuesto a llegar hasta el último rincón del universo.
Una naranja madura cae justo a su lado y el pensador vuelve de su viaje universal para decirse dichoso: ¡El árbol no solo me ha dado el placer de su sombra, sino también me ha regalado uno de sus frutos maduros, me lo ha puesto al alcance de mis manos! Entonces coge la naranja y la contempla pensativo: ¿Cómo es posible que los rayos de sol y los componentes del fondo de la tierra, se pongan de acuerdo y se mezclen con el fin de hacer éste fruto? ¿Acaso hay ángeles sueltos en la naturaleza? Asombrado cree que esa naranja que contempla está hecha de sol y tierra, de agua y viento, que también es el fruto de un divino pensamiento.
Extasiado en sus pensamientos comienza a pelarla y pronto la tiene desnuda entre sus manos, mientras lanza las cáscaras tan lejos como puede. La abre en dos y un poco del jugo de los gajos se derrama a su lado sobre las raíces del naranjo. Pronto tiene uno de sus gajos en la boca y piensa mientras lo saborea: ¡Qué dulzura tan maravillosa! ¿Acaso éste es el sabor de los rayos de sol, de la tierra, del agua y del viento? ¿Acaso es el sabor del pensamiento? En ese momento una de las pequeñas semillas de la naranja se revuelca como viva dentro de su boca. La busca con su lengua hasta atraparla y la escupe en una de sus manos. El pensador la contempla absolutamente contagiado de la increíble magia que oculta dentro de esa pequeña semilla el frondoso árbol que ahora le da sombra. Algo sagrado está pasando, se dice a sí mismo maravillado. Lo que pienso ahora es que la naturaleza está llena de milagros.
Bajo la sombra de un naranjo está el pensador, sin darse cuenta que el árbol con sus frutos, la tierra y el viento, el sol y las estrellas están escuchando sus pensamientos. Que él mismo con todo su universo, está siendo a su vez pensado por un escritor que ha decidido hacer algo con sus pensamientos y que a su vez, con todo su universo, es también un fruto pensado por el soberano creador del pensamiento.
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