Carta de un naufrago en el Mar de Dirac

Carta de un naufrago en el Mar de Dirac

Dijo Tennyson que si pudiéramos comprender una sola flor,
sabríamos quién somos y qué es el mundo.”

«El Aleph» Jorge Luis Borges.

Tuve un nombre, lo perdí al no haber nadie más a mi lado, no lo necesitaba y lo olvidé. Zarpé del puerto de la Conciencia Cósmica buscando la constancia transtemporal del escritor maldito, Philip k. Dick. Metamorfoseé mi mente y mi cuerpo. Durante el proceso, cambié a un estado somniótico favoreciendo que la antimateria ocupara mi lugar. Dejé mi humanidad para comprenderla. Somos un accidente. Nunca creí en la casualidad. ¿Qué hay detrás de la red que sustenta la existencia? Solamente percibo otra red dentro de otra que se entrelazan y así, hasta el infinito. Exploré la basta orilla de este universo de infinitas posibilidades y cuanto más respuestas comprendía, con mayor fuerza soplaba el viento de la curiosidad inflando las velas de la embarcación; y de esta manera, más me adentraba en este océano de oscuro brillo. La esencia siempre permanece en las profundidades del abismo y el abismo es parte de todo. Sentí vértigo cruzando el océano de plasma de realidades superpuestas. Es, como una caída cabalística hacia arriba. Una sensación extraña que te descompone el ADN y lo reconstruye añadiéndole cromosomas aleatorios y anómalos. Lo natural es aquello que fluye sin esfuerzo o se detiene sin oposición. Orden, que se ordena de manera caótica. No recuerdo mi nombre, pero nunca olvidaré mi vida, mi amarga partida rumbo hacia la incertidumbre. El miedo siempre me acompañó en mis primeros pasos por los pliegues interdimensionales del multiverso. Para recordar ya no me pregunto ¿cuánto tiempo? Me pregunto ¿Dónde estaba? Entonces mi mente inicia un proceso de recuperación de memoria. Somos al mismo tiempo, recién nacidos, adultos y viejos.

A una distancia a años luz de la humanidad, mi posición en la vasta existencia ya no es la misma, los recuerdos se dispersan en el trayecto. Los recompongo en esta carta que ahora escribo y que ahora lees tú. Lo hago para no perder mi humanidad. Humanidad, un mundo esquizofrénico que divide la ecuación existencial en dos: los contrarios, como el bien y el mal, o la información en códigos binarios. Pero es la norma de la simultaneidad la que rige nuestro destino no escrito, porque lo escribimos nosotros. Así, conceptos como “0” o “1” se convierten mediante el proceso de la simultaneidad en “1” y “0”, es decir que cada elección, cada decisión, son “0” y “1” al mismo tiempo. Siéndolo todo, no somos nada y al contrario.

Es por esta razón que echo de menos volver a sentir el olor a humedad que se desprende de la tierra seca, momentos antes de llover. Sentarme a observar en silencio, ser rodeado por arrozales que tiñen de verde la parte inferior del escenario, ver un horizonte rojizo tragado por el agujero negro de una noche de verano, esperar la salida de las estrellas. Cuántas contradicciones que asumir dentro de mi corazón y cuántas verdades llenas de razón. Por eso me dejo tocar, acariciar, penetrar, lamer, besar…abrazar, como un amante entregado. Dejo fluir la mente y el alma. Mientras, la intensidad, enamora, el amor une, el desamor descompone, la ignorancia ciega, el saber comprende y la necesidad mueve. El tiempo cura sin borrar las cicatrices, el sufrimiento se vuelve manso con la derrota y el dolor impregna el recuerdo de cada batalla perdida. Pero es la voluntad aquello que levanta la pasión, lo que despierta la esperanza curiosa. Al abrir los ojos, los sueños se desatan, vagan libres en busca de la esquiva razón. El silencio lo dice todo y la verdad, que es muda al no hablar, no miente; y al morderla, su sabor es tierra cruda bañada por el sol. Somos reflejos faltos de vida cuando ya no vemos, no escuchamos, no entendemos y no sentimos. Individuos que forman parte del resto. Somos la singularidad de un agujero negro, el vuelo de una mariposa, la belleza de un beso, la melodía de una lágrima al caer, los gritos de nuestros recuerdos, un estado alterado como el enamoramiento, una exhalación que respira. Humanidad: tierra fértil cuyo potencial yace moribundo entre las capas del pasado.

A la nada miro a los ojos, tantas cosas por hacer, tantas como destinos que esperan con ansia su partir. Solamente la naturaleza es tan sabia que se permite el olvidar. Por eso deseo con todas mis fuerzas, dejar mi huella en este mundo, siendo poesía, nada más.

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