¿Y ahora qué, Juan?¿Ahora qué hago yo? Tú te largas y me dejas a mí con las niñas y el follón de la casa. Y de tu empresa de camiones ni hablemos, porque seguro que la tienes llena de trampas, Juan, que nos conocemos. ¿O crees que no sé que fuiste a la notaría con el director del banco? Que este pueblo es muy pequeño, Juanillo, y se acaba sabiendo todo. ¿Y dónde estás ahora? Que llevamos cuarenta años juntos y no me hago a la idea.

Mira, por ahí viene D. Fulgencio, igual le pregunto a él. Esas manos blancas, sudadas y regordetas siempre me han dado aprensión, Juan, que a saber qué habrán tocado últimamente. Y no me quedan ya pañuelos, que entre las niñas y yo te estamos llorando más de lo que te mereces. Y con el calor que hace aquí en el tanatorio, que parece que hayan abierto las puertas del infierno. Coño, Juan, que es un decir. No te tomes todo a la tremenda.

  • – Ahora está con Dios, Luisa.
  • – ¿Usted cree? Ya sabe usted que mi Juan no era mucho de curas. No íbamos a misa desde la comunión de las pequeñas.
  • – Lo sé, Luisa, y Dios también lo sabe. Pero Dios es misericordioso y perdona a la buena gente. A lo mejor esto es una prueba que te ha puesto Dios para que te acerques más a él.
  • – No creo que Dios esté pensando en mí, y yo tengo demasiadas cosas en las que pensar ahora. Y además, que digo yo que por qué Dios tiene que estar poniendo pruebas a base de llevarse a gente, y perdone que sea tan clara, ya me conoce. ¿No podría poner pruebas más sencillas? No sé… Mi Natalia dice que Dios no existe, porque si existiera no habría hambre en el mundo y los niños no morirían, y yo creo que algo de razón tiene.

Coño, ¿qué te parece?, si ha venido hasta el alcalde. Me ha dado su mano peluda y llena de anillos, que parece que no quiera recordar que su madre limpiaba casas y su padre recogía chatarra. Quiere parecer rico y parece aun más pobre, como su padre. ¿Pues no me ha dicho que el pueblo sentía tu muerte? Pero qué sabrá él lo que siente el pueblo. Este se cree que es el pueblo y decide por todos sin consultar. Así nos va.

  • – Perdone, D. Fulgencio, ¿dónde estábamos? Ah sí, mi Natalia, que además dice que si hubiéramos nacido quinientos kilómetros al sur seríamos musulmanes.
  • – Por Dios, Luisa, que cosas tiene tu hija.
  • – Yo lo que creo es que Dios nos tiene un poco olvidados. Hace más de dos mil años que no viene a vernos. Es como que ya no le hacemos ilusión, sabe usted, como un niño cuando se cansa de un juguete. Y de momento estamos en un rincón, menos mal, pero ya se sabe que los niños cuando se aburren igual despiezan los juguetes que empiezan a pegarles patadas. Si Dios fuera niña supongo que nos maquillaría un poco: una peluca, un poco de rimel, yo qué sé, al menos para dejarnos monos…
  • – Debes recordar, Luisa, que los caminos del Señor son inescrutables.

Mira, Juan, tú amigo Hilario. Se le ve triste. La verdad es que te apreciaba. Se ha puesto el traje de su boda. Qué detalle, ¿no? Ojo que viene directo y no lleva la mano por delante.

  • – Buenos días D. Fulgencio.
  • – Luisa, quiero que sepas que me tienes para lo que necesites.
  • ¿Lo has visto, Juan?, abrazando y al oído me lo ha dicho. La verdad es que yo nunca te había dicho nada, pero yo ya había notado desde chicos que me miraba. Aunque no esperaba que se apretara así. Pero tranquilo, que yo no voy a cargar con otro mochuelo. No, que no coño, que tú no eras un mochuelo, Juan.
  • – Te decía que los caminos del Señor son inescrutables, Luisa.
  • – Y yo que pensaba que ya nos lo podía poner más fácil, que siendo tan bondadoso y tan misericordioso, no nos deja ni escrutar los caminos. Porque eso es encontrarlos ¿no?
  • – Más o menos, Luisa.
  • – Es que no termino de entender a Dios. Si todo lo ve y todo lo sabe ¿para qué tenemos que pedirle nada? Si está en todas partes, ¿está dentro de mí también?, entonces lo sabe todo, sabe lo que pienso, o mejor ¿yo también soy Dios, o solo una parte de mí es Dios? ¿También los malos tienen a Dios dentro?, claro, porque está en todas partes… Y si los malos tienen dentro a Dios ¿también Dios es malo? ¿No dicen ustedes que es onmibenevolente? ¿No lo exime eso de ser malo?
  • – Tú lo que estás es estresada, es normal, y mañana lo verás todo con más claridad.
  • – No crea. Espere, que viene El Jesús. Qué oportuno, ¿eh?

Te tengo que decir, Juan, que se nota que El Jesús es el único de tus amigos que estudió. Me ha dado una mano suave y la movía acompasada con la mía como si estuviéramos bailando. Me habría quedado hasta que pusieran las lentas. Que no, coño, Juan, que es broma. A ver si te vas a levantar ahora y nos da un infarto a todos. Reconoce que tus manos, finas no eran, que parece que el volante de los camiones sea de madera de azada.

  • – No es estrés, y yo mañana estaré igual, pero sin Juan, D. Fulgencio. Bueno, estaré peor, porque tendré que echarme a la espalda lo que antes se repartía entre dos.
  • – Pero Juan está ahora con Dios. Y tú debes ser más fuerte por tus hijas. Y tú también tienes a Dios para hablarle, para contarle lo que te preocupa, para pedirle…

– No, no se equivoque conmigo, D. Fulgencio, que yo para eso ya tengo a mi Juan.

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