¿Alguna vez habéis sentido, aunque sólo sea por un instante, que todo gira en torno vuestro? Sólo hay que sentarse relajadamente, respirar, sentir cómo el aire entra en tus pulmones y te llena de vida, cerrar los ojos y olvidarte de todo. Y no pensar en que va a pasar mañana ni pasado, ni en por qué no hiciste aquello o lo otro; y olvidarte del trabajo y los amigos y tu familia; y olvidarte de la chica y del vencimiento del seguro del coche, y de pagar el alquiler de tu casa. Y sólo estar inmerso en la maravillosa sensación que es ser consciente de uno mismo en cada momento, de lo que piensas, sientes, deseas y haces; pero sin hacer nada, sólo fijando la atención en ti mismo. Y desechar tanta empatía malgastada con los demás para entregártela toda a ti; y darte tiempo para crear, aunque sea por un momento, tu alma. Al poco rato te sentirás algo mareado, y tendrás que apoyar tu cabeza en el respaldo del sofá porque te parecerá que va a caerse de tantas vueltas que da; y te abrazará un mareo que es como un movimiento rotatorio por dentro de tu cabeza, que hace que el salón gire a toda velocidad, aunque tú no lo veas porque no abres los ojos. Un movimiento que engrana con el movimiento de la Tierra sobre su eje, que es casi medio kilómetro por segundo; que engrana a su vez con el giro alrededor del sol que es aún más rápido, de unos treinta kilómetros por segundo; que a su vez se encuentra en uno de los brazos de nuestra inmensa Vía Láctea, el de Orión, girando en torno a su centro galáctico a unos doscientos veinte kilómetros por segundo; que a su vez se mueve hacia las otras galaxias de su grupo local, como Andrómeda o la del Triángulo, a unos ciento treinta kilómetros por segundo; moviéndose todo el grupo a una velocidad de unos seiscientos kilómetros por segundo hacia ya me pierdo a dónde. Y de que todo nuestro universo se mueve a su vez por una nada en la que flotan miles de millones de universos; todos diferentes, todos queriendo tocarse. Y entonces ves que no tiene fin, y que todo parte de ti, y que eres un pequeño motor inmóvil que lo mueve todo. Y esto debe ser algo así como estar muerto, porque si de repente abres los ojos el mundo deja de girar y el mareo se te va; y todo parece estar como en un reposo tonto, y es como si hubieras dejado pasar tu turno en la verdulería. Y entonces te levantas y vas a la cocina a beber un vaso de agua, y abres una carta del banco, y te acuerdas de que tienes que pagar el seguro del coche, y de que has quedado con tus amigos para tomar algo en el bar que tanto os gusta, y te acuerdas también de la chica y, por un momento, también te acuerdas de la madre que les trajo al mundo a todos. Te duchas, te vistes, abres la puerta y sales a la calle para coger el metro, y ya se te ha olvidado todo, y la vida vuelve a poseerte, y todo parece recobrar su sentido; un sentido consentido que es un sinsentido en sí mismo, porque es un mundo que ya no mueves tú, sin saber siquiera qué otro motor es el que lo hace.

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