Café filosófico

Café filosófico

Rafael

06/05/2017

—¿Qué mantiene el poder?

Así cristalizó una conversación aparentemente trivial, en una cafetería que, lejos de responder a atributos propios de un salón dieciochesco de la Francia ilustrada, escondía su poso filosófico en las palabras de los allí sentados, más que en el ataráxico aroma de sus tazas vacías.

—La gente —contestó el compañero adicto a la cafeína diaria—. Puedes culpar la ignorancia del ocupado o el interés del pragmático, pero toda providencia humana sobre el humano es armada desde fuera.

—Sin embargo, no nos gobiernan los capaces, ni los útiles. Mucho menos los buenos. ¿Qué tiene de razonable el gobierno de un dirigente no autodidacta? ¿Por qué el filósofo acaba siendo cómplice? ¿Es el precio del poder?

—Amigo mío —el compañero sorbió el poso de su taza—, el filósofo está más cerca del poder que del dinero, por eso se le soborna con bolsas a rebosar y no con asientos contra sus principios. Es el dinero el que afirma que la política ha muerto por exceso de realidad.

—¿Acaso es la filosofía anticapitalista?, ¿o es el dinero asesino de ella?

—No tiene por qué. Buscar el telos del asunto es interesante, pero también peligroso. Cuando hablamos de causas y consecuencias, tendemos a señalar como origen lo que no nos es nuevo, y el destino a alcanzar suele ser algo más deseado que crítico. La filosofía es una contrafilosofía en sí misma. Es la oposición al statu quo.

—¿Qué es eso del «statu quo»?

—Lo que ya hay, lo que está. Lo que, por ser, es imperfecto. La sociedad siempre exige un cambio. Hoy el problema se halla en el relativismo moral por una crisis económica. Mañana…

—Mañana será la consecuencia del miedo al cambio o la justificación de la guerra —dijo interrumpiendo al compañero—. ¡Qué mundo este! —Hizo una pausa para rematar el poso de su taza, al igual que su compañero—. Entonces el filósofo tiene un precio, o un coste.

—Más bien tiene un valor. «Valor» suena más genérico —aclaró—. Y no vale nada si da la espalda al mundo.

—¿Y por ello debe ensuciarse las manos?

—Filosofar es saltar al barro, para saber cuál es la profundidad del charco, su espesor. La admiración y el fundamentalismo son sentimientos alejados de la comprensión.

—Lo dices como si todos vosotros fuéseis santos altruistas y no guardárais deseo de prosperar.

—¿Hay algo de mayor altura que la filosofía? —preguntó, con sorna.

—La admiración hacia ella te aleja de su comprensión, ¿no? —replicó con rapidez.

—He ahí la paradoja que sufres. Estimas en demasía la labor del filósofo, pero no puedes evitar señalar la imperfección del humano que profesa sabiduría. —El compañero versado se levantó—. No te preocupes, esta vez pago yo por los dos. Cada uno ha de ser víctima de algo.

—Yo de la verdad inconfesable, tú de la realidad material —dijo ocultando una sonrisa, mientras su compañero sacaba la cartera para pagar al camarero de la barra—. Al próximo café vale más dejarle el poso. No hagamos más amargo su sabor.

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