En aquella esfera perfectamente dibujada en lo alto del firmamento, magnánima ente tanta oscuridad, vivía Celeste. No había conocido un lugar mejor. Allí había encontrado dos de los más grandes tesoros; los más codiciados: la libertad y la felicidad. Sin embargo, había un precio a pagar: la luna albergaba la luz más pura, sí, pero también la más cegadora. Celeste se veía a sí misma y observaba con suma claridad todo cuanto la rodeaba pero, al mismo tiempo, era incapaz de ver el más allá: más allá de sus fronteras, al borde del abismo, en la nada, vivía Mortífera. Antes amigas y ahora desconocidas, la vida las había ubicado en lados opuestos: una en la luz, la otra en las sombras. Las dos caras de una misma moneda.

Desde la luna, Celeste no veía a Mortífera. Ni la intuía siquiera. Desde las sombras, en cambio, Mortífera veía absolutamente todo cuanto se hallaba en la luz. Menuda tortura, ¿verdad?… ¡Ver sin ser vista!

Recuerdos de un pasado lleno de aventuras inundaban su presente porque, en cuanto la desventura llegó… todo cambió. Se alejó. Se alejaron. Una de dos… o las dos de una. ¿Ley de vida, comodidad… o cobardía?

Ahora, por más que buscaba el camino de vuelta a la luna, nada conseguía. No avanzaba. Junto a sus recuerdos, Mortífera atesoraba frustración. Y es que «el querer y no poder» era su otro gran pesar; mucho más duro que la mismísima oscuridad a la que se había visto abocada. Si al menos pudiera hablar con Celeste… Sólo un instante. Los segundos justos que se necesitan para pronunciar cuatro palabras de aliento: «Aquí estoy. Te espero». Palabras que, por sí solas, ya transmiten cierta dosis de esperanza porque… si esperas, sigues buscando, y si buscas, encuentras. O eso dicen… ¡los que encuentran, claro!

– ¡Celeste! – gritaba primero-. Por favor… -susurraba después-.

Y entonces, ya afónica y rendida, antes de dejarse llevar por Morfeo y sucumbir -un día más o un día menos- a las sombras… afloraba en ella el siguiente pensamiento:

– Bueno, en realidad no es su culpa. Es natural. Al fin y al cabo, la luz embriaga. La luz ciega. Igual ha llegado el momento de buscar otra luna… y dejar de aferrarme a ésta. Sí, eso debería hacer…

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