…y… ¿por qué…? ¿qué extraño —o quizás conocido en algún otro menesteroso lugar a millones de años luz— poder surgió (como si fuese un demiúrgico arquitecto de mundos, de venturas y desventuras de los que hoy serían unos perfectos mamarrachos entre cuatro paredes) de entre las venas o quizás de entre unas neuronas de dudosa salud que al resbalar o al chocar la una con la otra, en una sospechosa cabeza de un solo instrumento de trabajo, crea un arte impredecible —hasta el momento—, un halo de literatura inimaginable —hasta aquel chispazo al menos—, sin maquinación, sin premeditación, sin alevosía, sin consciencia; con una única baza en la manga: el chof de la tinta que salpica, que es el grito de una humanidad que se desangra, al igual que el obrero al servicio de lo no pensado jamás, al igual que generaciones y generaciones de orgullosos personajillos que se engallan ante su propia criatura mal parida y que, producto de no se sabe qué suntuoso anciano-cano de gran mazo de roble, han pasado el injusto, indubitablemente, tamiz fino del tiempo?
Que lo inane simplemente es, preeminente, que lo inmutable, versátil, que lo inaudito, habitual, que lo ramplón, selecto, que lo pésimo, eximio, pero también, ¡cómo no!, que lo espiritual se torna mundano en un amén, y que lo frenético, pacífico, que lo real, mágico, que lo placentero, atroz, que lo eminente, chabacano. Por infinitos confines la lucha dialéctica, un aborto, necesario, para que lo común —en apariencia— sea el mayor de los escupitajos con color a maestría intelecto-imaginativa con tendencia, más que notable, hacia un futuro que anhela, quizás sin saberlo, depositado en su propio conocimiento capaz de emborronar con miles de garabatos el resultado de decapitar miles de árboles y con un orden lógico-matemático sólo quebrantado por el paso torpe y vacilante de un pollino que ansiando quizás un protagonismo, o antagonismo, resulta ser muestra del carácter imperfecto del que, de todos modos, aparentaba estar emparentado, intelectualmente, con Eneas, contando historias o descubriendo mundos ilusorios o corrigiendo juicios próximos y poco prácticos sobre la actividad o inactividad del ser de un tiempo aplicable, al menos en la base, al suburbio actual del ente.
…y… se me antoja pedir —exigir— a los hados que, al menos ciertas reminiscencias, queden en ese montón de seseras apiladas sin sentido en torno a un ideal más o menos claro, en torno a cuatro o cinco modelos de vomitar palabras (que no armonizarlas a modo de sinfonía) de aquellos que con sonidos extraños intentan hacer sombra —haciendo el ridículo en su empeño— a un innumerable número de almas que pululan al son de dos bestias y dos peleles dotados de vida por un dios nietzscheano armado con el cañón de la línea que maneja los monigotes al antojo del sabor amargo o dulce de su afortunada última comida.
Pero Venus puso pie en tierra —y tras Anquises, y a su ejemplo— con los labios de rosa en busca del dios-humano-finito-personal-imaginativo-receptor-emisor que domina con su varita mágica de ave el mundo de las personalidades en potencia (dispuestas a ser moldeadas por el gusto antojica de un hacedor) para teñir de malva una tinta negroazulada, con frecuencia roja, y hacer universal el imperativo categórico que inunda los corazones, que es sangre, que es vida para espantajos trasmutados a actantes: amo(r) ergo sum.
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