Un hombre, ya abuelo, (gran padre) en traducción simultánea de idiomas lejanos a significado. Filósofo, anciano longevo, en el ojo y centro de miras, objeto de estudio del antropólogo en tierras de importantes yacimientos y pinturas rupestres, vestigios controvertidos en un largo litigio por cuestiones entre la propiedad privada y el patrimonio público.
Humano, patrimonio de la humanidad en la creación, resultado de la genética y el factor ambiente, natural de aquella tierra, con domicilio en la calle Filosofía número doce, según nombraron las calles los gobernantes presentes del ayuntamiento.
Humano, pensador y artesano, buscábase la vida como agricultor, inmerso en el medio que le proporcionaba la suficiencia plena y necesaria dando lugar y desarrollo de la vida.
Decía el abuelo que dar al justo y sabio es cultura y progreso, dar al poderoso es el camino de la destrucción.
Le oíamos relatar, mientras jugábamos con un canuto hueco de caña, entre pompas de jabón a respaldo de la casa y choza de pasto de la laguna. Asomados al paisaje pictórico y patio en aquel despliegue de colores del arcoiris después de la lluvia.
Los mayores tomaban el café, en sillas de madera y asiento de anea alrededor de la lumbre, entre los enseres y el ajuar, esportillas y bolsos de palma, ahorrando el desecho de las bolsas de plástico a la tierra.
El casarón rodeado de la huerta y animales domésticos, las hortalizas tenían su época, sólo entonces eran propicia a pleno sabor para el consumo y cada variedad en el cultivo tradicional, dando lugar a la denominación de frutas y legumbres, hortalizas y verduras del tiempo.
Humano el artesano solía decir: en el campo hay de todo; y la razón se la dió una gran cueva que encontró en la sierra habiéndo servido de polvorín, con galerías a ambos lados. Asombrado estaba ante una fabulosa biblioteca muy antigua que le llamó: «El taller de las palabras».
Andando en aquel laberinto, entre aquellos libros encontró capítulos contradictorios, considerados y tratados de pensadores portentos.
Alertando los sentidos, a los que les llamó las cinco maravillas; el tacto, el gusto, el oido, el olfato y el sentido de la vista. Hizo caso siempre al sentido de estar a gusto en la realización de cualquier tarea. Observando aquellos libros perfectamente clasificados entre inmensas estanterías en las entrañas de la tierra. Tratados de gentes y psicología, nombres de grandes hombres en la historia a estudio que derivaban en motes.
Caminando por aquel recinto, se detuvo en la galería y colecciones de enciclopedias del respeto. Entre titulares; caminar sin molestar, defender cuando es menester. Infinidades de enciclopedias se conservaban comprendidas a todas las materias. Técnicos y especialistas, estudiosos de laboratorios habían escrito en conclusión según revelaban enigmas:
«La decoloración de los corales»
“El lenguaje de las plantas».
Su médico fue su propio cuerpo, su vida entre filosofía propia, entre ser y no ser mucho por hacer, repetía. A la tierra la denominaba la madre Nátura.
Humano halló un escrito en otra galería en pergamino impreso en leyenda siguiente:
Sentado en la silla, vaso en mano pleita y toniza asiento de anea con respaldo de madera, ataduras de hojas de palma y vencejo, untando tocino en botas de cuero, pantalones con remiendo en las lonas, mientras de paso calle abajo sonaba el caramillo del afilaor, el vendedor de cal entonaba “niña la cal blanca el calero”. La lechera portaba tinajas de leche en los brazos. En las calles, el aguador con los burros transportando en serones; agua, cañas y castañuela, mazorcas de rebusco, arena, cal y canto del rodado río, en el murmullo de brotes de agua el timbreteo de los cubos de metal en el ir y venir, de las mujeres al chorro. Tiempos y parsimonia, vaso de vino añejo, chasqueba en el sorbo del jornalero.
Copa de cisco y picón después del jornal en la sierra, alrededor del carbón de oro negro. Recogida de espárragos, setas, tagarninas y pencas, cacería del día a la recova. El bracero, el que tiene buenos brazos dice el libro de los letrados. Se llaman los atletas del campo; cruzando latifundios, kilómetros de bicicleta en busca del sustento, anda todo el día a en campiña y monte de la sierra, desde el alba, la madrugá en el día a día cotidiano hasta el oscurecer. De regreso, en busca del cobijo, lumbre, luz de la vela, quinquel y chozo de castañuela.
Esposa en hogar, cesto de pleita y mimbre en plaza de abastos, desahumador de alambre, humeando humedad, soplaor a candela, café en la hornilla en ascuas de carbón. Botijo de barro, agua del chorro, barreños en el lavado de la ropa. Años setenta, tiempos de utensilios, invento de la fregona. Damas de pie sin la aljocifa, en la espera del agua del grifo. Delantal de faena, garbanzos en remojo, hueso, tocino y sopón de puchero.
Canto en capote de aceite, bajo viento y lluvia de aguacero, en la bienvenida viene el bracero.
Carboneros de la Janda, pico y pala, esparragueros, descorche de la economía real, artífices de la ecología, los eventuales del campo hicieron historia.
En otra galería, alguien lo había puesto allí, apareciendo su mismo nombre y filosofía. Capítulos y capítulos hablaban de ecología. Los sentidos. Sol, Aire, Fuego, La tierra. En la referencia, la cultura. Humano de artesano, cuerpo sano, sana mente. Bajando a la tierra, elevó su alma al cielo.
Fin
Texto: J. Benítez
Fotografía: Jerome R. Mintz
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