Aquella calurosa mañana que arrojaba ventanas abiertas y sonidos de un ventilador trabajando a su máxima potencia, abrumó mi cabeza con extrañas voces, sentí el cuerpo empapado, posturas aparentemente mías y otros pensamientos que creí desconocer pero se manifestaban con gran fuerza sobre mí. Algunos segundos de confusión y comencé a recapitular lo vivido esa noche, esta vida, en esa mente mía y en la ajena. El todo y la nada hacían y deshacían el sentido.
Había dejado de creer, alejándome de los otros me crucé de brazos ante aquella búsqueda incitada por la frescura e ilusiones de una desvanecida juventud, me dejé corroer los sueños y abandoné todas las intenciones de encontrarme en plenitud, ya no me era viable considerar esa posibilidad.
Hace no tantos años, mi actividad preferida era la de soñar despierto, no más.
Comencé a sentir un odio absoluto hacia el ser errante, por todas sus desagradables deficiencias, por sus limitaciones ordinarias, por su ignorancia y todo lo putrefacto en eso que se suele desear. Aun así, gozaré al observarlos, detallaré sus movimientos con ojo clínico, me embriagará el morbo de imaginarles tropezando, de verles humillados, de ver que su inocencia les conduce a sentir.
Me descubrí odiándoles por juzgarme, por malinterpretarme, por no tener la madurez suficiente para saber que no soy perfecto y aceptarme. Me dolieron mis errores, pero hemos de saber que a través de ellos llega el aprendizaje.
¡Por favor, no respiren en mi cuello, permítanme actuar!
He resumido que me sienta bien el papel de víctima, que me facilita las cosas en este mundo en el que el fin justifica los medios, medios cada vez más despiadados y fines siempre más irracionales. Seguiré navegando en busca de la misericordia de los otros, intentando agradar a todos, utilizando distintos maquillajes para poder camuflarme en cualquier escenario posible, procurando leer lo suficiente para no evidenciar que jamás pertenezco, que sigo lejos de todo y de todos.
Si me preguntas cómo me encuentro, te diré que mal, pues no pienso dejar escapar puntos en este juego de la simpatía, la estrategia seguirá siendo la de tus sentimientos y apostaré en cada ocasión a la compasión.
Etiquetaré todo, debes definirte o lo haré yo, no tendré piedad contra el hippie en calzoncillos Calvin Klein, me mofaré del yogi en LSD, señalaré con mano firme al vegano en jeep de ocho cilindros y no dudaré en dictar sentencia contra el promotor de la paz que consume la marihuana que sobrevivió a la lucha del narco.
A mí nada me define, pues mis metas a largo plazo trascienden a una semana, tienen una caducidad de un día y seguramente cambiarán mañana. Soy ajeno a mí mismo, un extraño en el espejo, soy inexplicable interpretativo.
No haré nada al respecto de nada, ni se te ocurra hablarme de lo que sucede en mi entorno, ya bastantes tragedias me has contado y me causan repugnancia, no seré parte de algo ni me sumaré a bloques, sólo quiero vivir lo suficiente para morir sin la agobiante pesadez que provoca vivir de más.
Cierro los ojos y tanto vacío me enorgullece hasta casi conmoverme, pero me mantengo impermeable. No debo ceder.
Fin.
Adrián Fernández Lemaire.
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