El viento del Sur vuelve loca a la gente, eso dicen los ancianos. Daniela se levantó a las nueve, como todos los días, fue al baño y comenzó a cepillarse el pelo lentamente. “Paciencia, ten paciencia.” Cuando los ondulados mechones dorados estuvieron perfectamente desenredados se miró fijamente en el espejo durante unos minutos, repasando pulcramente todos los lunares de su cara. Uno: grande, marrón-anaranjado, recuerdo de aquella noche bajo las estrellas, cuando vio aquel cometa. Dos: marrón oscuro, pequeño, de aquel día en que el tren partió, cuando la bocina marcó el punto de inflexión en su vida. Tres: la pareja de pequitas naranjas bajo el ojo izquierdo, las dos tumbitas de las nenas. Cuatro: el lunar negro bajo la nariz, con un tímido pelo asomando sobre él. Rezaba para que el pelo no creciera y se multiplicase. Recuerdo de años atrás, del beso de amor del abuelo, del beso de todas las mañana. Estaban todos. El viento del Sur vuelve loca a la gente, eso dicen los ancianos. Los lunares de Daniela habían ido apareciendo en su rostro en los momentos clave de su vida, dejando una huella visible para todos de los hechos que la habían marcado. Se abrigó y salió al balcón, el bullicio de la plaza hizo mella inmediata en sus oídos. El día comenzaba en el pueblo, un día gris menos en su vida. Corta espera. Los observó. Aquella gente era parte de la derrota colectiva, sumisos perdedores del sistema. Les odiaba por ello, por no sentir, por haber perdido la esencia. La carencia de comunidad le generaba náuseas, aquella falta de empatía. Ella que tanto había necesitado… Desde lo alto del balcón se veía más clara la semejanza con las hormigas, malditos vasallos dependientes de un todo, el puzzle en que las piezas encajan perfectamente. El viento del Sur vuelve loca a la gente, eso dicen los ancianos. Daniela, como cada día, pasó horas contemplándoles. Cada tanto un gris recuerdo le llegaba a la mente, no sabía bien qué los activaba, pero llegaban como pequeñas gotitas en día nublado, besando lo más profundo de su alma. Su papá partiendo una mañana de lunes. “Volveré, pequeña.” Mentira, sabías que ibas a morir. Sus hermanitas famélicas, la boda obligada que le arregló su mamá para no morirse de hambre, el aliento a alcohol de aquel viejo en su nuca por las noches. “Ellos ya lo pagaron, ahora os toca a vosotros.” El viento del Sur vuelve loca a la gente, eso dicen los ancianos. Daniela miró al cielo; luna llena, visible de día en el pueblo. Luna de sangre. La muerte de su anciano marido le había dejado en una buena situación económica. Los primeros meses tras el entierro su madre se dedicó a malgastar la fortuna que ella había conseguido a base de largas noches de tortura a su lado, de moretones, de aversión al sexo. Ella también murió, necesaria paz. Daniela encontró una extraña sensación de bienestar en aquella casa colonial llena de recuerdos horribles. Con el tiempo, la paz se convirtió en introspección, y la introspección en diagnóstico. Hay algo que va mal en esta sociedad si se permite tanto dolor… Hay que sanarla. El viento del Sur vuelve loca a la gente, eso dicen los ancianos. Cuando estaba por retirarse comenzó una suave y cálida brisa. Aquella hermosa loca tenía un plan. Lunas de sangre. Lunas salvajes. Mirada felina. Aquella noche sería la curandera y limpiaría de maldad la aldea. Pero el viento se volvió más fuerte. “Extraño”, pensó. “La luna llena trae calma a la tierra”, decía su abuelo mientras le arropaba por las noches. Todo el amor que podía recibir en la vida expiró el día en que la tos cesó, eso fue un año después de la bocina, aquel pitido inhumano. Se mantuvo firme en sus convicciones. “El mundo me necesita, debo sanarlo”. Pero el cálido viento aumentó. “Maldito sinsentido, la luna llena debe traer calma, y en su calma luminosa debo actuar”. No se movió del balcón. En la cocina estaba todo listo, los ingredientes para envenenar el agua. Ya anochecía y ella se mantenía impasible. El viento del Sur vuelve loca a la gente, eso dicen los ancianos. Aquel maldito viento… Ella ya estaba loca, eso decían. ¡Qué más daría el viento! Allí se quedó, no entró en la casa, no se adentró en la cocina, no agarró la garrafa con veneno ni se arropó en la chaqueta moviéndose sigilosa en la noche cerca del depósito municipal, no vertió meticulosamente el denso líquido dentro y se esfumó. Aquel torrencial viento del Sur que se llevaba todo por delante la dejó inmóvil, hizo que todo perdiera el sentido, porque las noches de luna llena debían ser calmadas. El viento del Sur vuelve loca a la gente, eso dicen los ancianos. Y el viento le trajo las risas de los niños jugando en la plaza, y las miradas de las madres, llenas de amor, las parejas de ancianos… El viento del Sur vuelve loca a la gente. Pero, si ya están locos, ¿qué? O quizás Daniela estaba cuerda y aquella aldea necesitaba ser sanada. Quizás el viento la volvió loca y la hizo detenerse, no llevar a cabo el plan, subirse al apoyabrazos, mirar con ojos de gato al infinito y saltar. El viento del Sur vuelve loca a la gente. Nadie escuchó el golpe contra el suelo, porque las hormigas dormían. La luna no se vistió de rojo y un cometa cruzó el cielo aquella noche. Debió ser el mismo que Daniela vio en su niñez, porque cuando encontraron su cuerpo al día siguiente sólo había tres lunares en su cara, eso dijo el forense: las dos tumbitas, uno negro bajo la nariz y el del tren…

FIN

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