La relatividad del aventurero

La relatividad del aventurero

León Aguirre

21/04/2017

El día a día es la verdadera boca del lobo. El reto es aguantar lo cotidiano, la rutina sin escapatoria. Enfrentarse a la realidad, esa es la gran prueba del ser humano, y no escalar el Everest o sobrevivir al Amazonas.

Nunca lo entendió, por eso se quejaba de la chica que no quería soñar con él y que estaba concentrada en pagar el alquiler, por eso dejó a esa otra que no comprendía que él siempre pensaba en todo lo que haría en el futuro (y nunca hizo) y, sobre todo, por eso hizo el macuto y se fue más allá de los Alpes y le preguntó a un eslovaco que si hablaba castellano y el eslovaco dijo que sí, que había recibido clases de su madrastra, la cual tuvo padre español al que quiso mucho, pese a que éste le metió en un internado y jamás le dio siquiera la enhorabuena por su carrera de lingüista, pero que claro, que la sociedad de entonces era machista y que una mujer… y que cómo iba a agradecerle nada a una revolucionaria y que le entendía, porque habría puesto su chapita de Coronel en entredicho. El caso es que hablaba español y nuestro amigo se alegró y le dijo que Bratislava era un sitio fantástico y que qué se hacía por allí. El eslovaco respondió que sobrevivir día a día, como en cualquier otro lugar. El chico mudó la cara sonriente por una mueca de desprecio y cogió su macuto y cogió la carretera, más allá. Pasó varios años evitando que nadie le dijese “pues aquí lo que se hace es lo normal”, es decir, viajando sin compañía ni conversación hacia el este (sin darle la vuelta al mapa, el este este), y llegó allí donde no hay rutina ni hay nadie ni hay nada y se fue de allí para volver a la pregunta insistente de cualquiera de las novias que tuviese cuando volvió (Pero, ¿qué película te apetece?) y se volvió a desesperar y se volvió a marchar, esta vez hacia México, porque un tío del sobrino de su hermana pequeña fallecida en un accidente de quad le había dicho que allí había aventuras y que la vida era diferente, y cuando llegó vio que era diferente porque en dos semanas ya le habían robado más veces que en toda su estancia en países de todos y países de nadie. Entonces cogió el macuto de nuevo y probó Australia, pero allí también había ido para quedarse ese cáncer de piel que mató a su madre en una habitación enana de hospital. De hecho, había mucho más, así que huyó (un poco al estilo de su padre cuando se fue de casa con el bebé recién nacido), huyó de nuevo a tierra de nadie donde otra vez no encontró nada y volvió a su tierra, a España, y se echó una novia preciosa a la que nunca quiso y vivió en un barrio que nunca le gustó y tuvo un hijo que siempre le pareció feo y se pasó el resto de su vida diciendo que la Tierra es una redondez horrible y aburrida de la que nadie puede huir aunque se fugue, sin darse cuenta de que escapar de uno mismo es imposible y que se pasó toda la vida tratando de salir de la prisión equivocada.

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