EL RECUERDO DE MI REFUGIO

EL RECUERDO DE MI REFUGIO

Es en la quietud de la noche donde el sobrecogedor silencio inunda la estancia. Las respiraciones desiguales parecen jugar al pilla pilla sin llegar a ir nunca al compás. Otras, más débiles, las de Claudia y Valeria, se entremezclan con las nuestras dando sentido a todo aquello que me rodea. Sólo yo estoy despierto. Es entonces cuando pienso con mayor claridad. No puedo evitar encender la luz de la mesilla y encaminarme a su habitación para mirar a mis pequeñas, parece que observándolas consigo un trocito más de felicidad, mi vida se llena un poco más, su paz me reconforta. Es en ese momento en el que imagino a un refugiado sirio mirando a su hijo, que a su vez, se refugia en él. El niño duerme ajeno a los problemas de su padre, para él Papá es su héroe. En ese instante veo las caras desesperadas de tantos otros que miran a sus hijos para reconfortarse, veo a los desahuciados que, llenos de rabia, se juran que sacarán a sus hijos adelante, mientras los miran. Veo a la madre que llora sola en la cocina, mientras recoge los cacharros, en silencio, para que no la oigan sus pequeños. Veo la tenue luz de otra lámpara de noche encendida porque no puede conciliar el sueño, veo a los mismos vagabundos del barrio, de vez en cuando se les une alguno, y matan sus penas con cervezas baratas del udaco, veo la plaza de Sintagma y la plaza de Sol, veo los ojos de aquel señor apostado en el semáforo de nuevos ministerios limpiando cristales de coches, su mirada parece una mezcolanza de compasión y desafío, veo a un ser humano que duerme plácidamente aunque mañana despedirá a alguien, veo un piano que toca una melodía triste, veo un nuevo caso de cáncer, veo a un perro esperando ser acariciado, veo a un niño con hambre… El pecho se inunda de esa sensación inexplicable de injustica, el corazón se escucha, las lágrimas se desprenden de los ojos, los dedos apagan la lámpara, los dientes ahogan los llantos con la ayuda de la almohada, el reloj parado marca la hora exacta, la niña sigue siendo el tesoro de Papi. Antes de que el sueño venza a la consciencia, vuelve a mi mente la plaza Sintagma y la de Sol y los Nuevos Ministerios y me prometo recordar una mínima parte de todo lo que vi y a dónde acudí a refugiarme:

Acudo a refugiarme en ti, y que te puedas refugiar en mí.

Refugiarme en vosotras, y a la vez, vosotras en mí.

Refugiarnos en besos y abrazos, sobre todo en abrazos, porque acercan nuestros corazones hasta que se susurran latidos.

Refugiarnos de la mentira y del engaño.

Refugiarnos en personas.

Refugiarme en tu mirada y en tu sonrisa, sobre todo si la primera acompaña a la segunda.

Refugiarme en el brillo de tu pupila y refugiarte en el brillo de la mía, ambas reflejando nuestras miradas.

Refugiarnos de los abusos y las fronteras, de las guerras y los bombardeos.

Refugiarnos en el amor y en la ternura, en el tacto de la piel contra otra piel.

Refugiarme de mis miedos y saber refugiarte de los tuyos.

Refugiarnos de tanto hijo de la gran puta, refugiarnos de los canallas y de los miserables.

Refugiarnos de la vileza y de la desvergüenza, refugiarnos de los que miran para otro lado, de la indiferencia.

Refugiarnos en el calor de Mamá, refugiaos cuando no esté ya Papá.

Refugiarnos de los que no dan refugio, de los gobiernos que desgobiernan.

Refugiarnos alzando la voz, refugiar a los que perdieron todo, a los que se tiraron a la mar.

Refugiarnos de los intolerantes, refugiarnos de vivir arrodillados, refugiarnos, incluso, cuando ya no quede nada.

Refugiarnos en las lágrimas si es preciso, refugiarme mientras me las secas con tus dedos.

Porque cuando respire por última vez, iré a refugiarme a mis recuerdos. Y allí, donde nadie nos gobierna, donde no llegan restricciones y yo marco las reglas, traeré a mi memoria nuestro refugio.

El de besos y abrazos, el de miradas y pupilas brillantes, el de la piel contra la piel, y sonrisa correspondida con sonrisa.

El de abuelos y abuelas, padres y madres, hijos e hijas, hermanos y hermanas. El del amor de personas con personas, el de la indiferencia del color de la piel.

Allí donde solo yo dispongo, allí donde no hay fronteras ni refugiados, antes de que el último hálito de mi voz se apague para siempre, entonces, traeré a mi mente el recuerdo de mi refugio.

Allí estáis vosotras, es sábado y el sol entra fulgurante por las hendiduras de la persiana, huele a café recién hecho y se escuchan risas de fondo, las vuestras. Las sábanas tienen el mismo tacto que las de casa de Mamá y siento su caricia en mi rostro. Mi cara dibuja una mueca de satisfacción… Y justo cuando voy a levantarme, expira mi último aliento.

Pero allí sigo, en mi refugio, en nuestro refugio. Para siempre.

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