Hay momentos únicos, inolvidables e irrepetibles. Pero la verdad todos son momentos que un día explotan y quedan en la nada, se borran dejando en suspenso una nube que finalmente se desintegra. Y así es todo en la vida, momentos…

Qué pasaría sí hubiéramos tenido conciencia de ello cuando éramos niños? Con seguridad, hubiéramos jugado más y nos hubiéramos preocupado más por aprender que por las notas o calificaciones que nos ponían en el colegio. Hubiéramos seguido soñando que la Luna era una bola de queso.

Hoy tengo noventa años, con el peso de la vejez sobre los hombros. Por más que traté de que no fuera pesado, no lo logré, por el contrario, el fardo pesa tanto que a veces me cuesta andar.

Hoy, como todas las mañanas, estoy sentado en un escaño en el parque de la esquina de mi casa. Hace unos minutos pasó un grupo de muchachos camino al colegio, todos iban chateando en sus teléfonos, menos uno. El joven se detuvo al verme. Se acercó a mí y me dijo, buenos días. Se agachó para recoger el libro que se me acababa de caer al suelo. Me lo entregó sonriente

Buen libro, me dijo, cómo todos los de Fernando Savater.

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