En la arena ardiente del desierto
fundidos en un abrazo de muerte
quedaron para siempre olvidados
miles y miles de obreros del salitre.
Desaparecieron en ella, las miradas,
sus manos rudas y muchas lágrimas.
Los huesos diseminados fueron abono
de pardos arbustos con escasa vida.
Lejos, por la distancia del tiempo,
surgen extrañas cruces sin nombres
que elevan sus brazos hacia el cielo
mudo reflejo opaco de sus sombras.
La pampa con su inexpresivo rostro
los recuerda bajo sus noches frías,
une los gemidos de su viento eterno
con aquellas vidas de miradas tristes.
Las sonrisas forzadas e impotentes,
los cuerpos consumidos por el polvo,
nobles espaldas con sudor petrificado
que esculpió el dolor junto a sus palas.
En ese desierto, quedó su cruel miseria
y el morral repleto de sueños truncos.
Para ellos, nunca hubo joven primavera
ni oídos a sus gritos de justicia plena.
Miles desaparecieron y otros, volvieron a nacer
para ir reemplazando a los recién caídos.
Faena inhumana entre la quemante costra
que por burdas fichas entregaban su vida.
Extraer el salitre, fue para todos ellos
un río rojo para tantas vidas sin suerte.
Navegaban a diario de la mano con su miedo
entre la miseria y la agazapada muerte.
Jamás hubo justicia por esa hambre eterna,
los enterraron con sus sueños y su espanto.
Hoy, aún se oyen sus gritos entre las ruinas
y se ven manchas de sangre, sudor y llanto.
En lúgubres tumbas grises de polvo
que emiten a veces roncos gemidos,
obreros incógnitos permanecen ocultos
junto a recuerdos de mil voces lejanas.
En vana espera, aguardan la llegada
de nuevos inquilinos, mientras duermen
su total abandono, en cómplice silencio
con las eternas noches frías de la pampa.
En caminos lejanos, mudos y sombríos
cual si fueran unos deteriorados retratos,
surgen desfallecientes muchos nichos
con dueños pero, sin sus nombres.
Un santo misterio logra unir los brazos
entre aquellas viejas cruces suplicantes.
Algunas, emergen rebeldes e inmutables,
desafiando la tristeza de su total olvido.
Las acompañan, viejos árboles agónicos,
secos como huesos, sin el calor de sus hojas.
La gris arena nos indica donde yacen ocultas
bajo este cruel abandono que hoy las cubre.
A veces, algunas lucen flores de colores
sobre coronas hechas de papel mustio
pero, en ellas se respira e igual se siente
la aplastante soledad abrazando la tristeza.
Son lugares de oculta amargura donde miles
reposan para siempre y, sin mayor prisa
son parajes ocultos donde la indiferencia
es dueña del tiempo y de todas las cosas.
Solo Dios conoce el valiente pasado
y, el final de esas ignoradas vidas;
hay tantas almas vagando, cuyos nombres
se han borrado con la suma de los años.
Risas, amores, las penas y sus lágrimas
ya para siempre sepultó la ardiente arena.
Chilenos, debemos rescatarlas de su abandono,
estas tumbas son parte de nuestra historia
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