Yo que he visto hervir el agua bajo mis pies
Sorprendido por los espíritus del mediodía que arrastran la historia.
¿Puedo entender el verbo que esconde tu nombre, que hace del mundo

Una isla, un canto, una compleja sangre que se anega en el universo?
En el fondo, toda pronunciación del yo es un grito que clama por los ausentes
Por los santos que golpean en la puerta con la piedra de la locura en
sus manos.
Por ti el atardecer es más que polvo
Es el velo constitutivo del nuevo vendaval
De otro desierto que cruzamos todos los días
De la calle donde el amigo no quiso ser mártir
De un Dios que todo lo puede y nada quiere para sí.

Tú y tu nombre mueven el mundo como una mitología diaria
Cuando callas, duermes, hay una noctámbula promesa de multitudes
compartidas.

Ya es tu voz, ya el animal en los tiempos del alma.

Parte de mí yace en el velo de las cosas
Cuando un suspiro acaece, los rayos cabalgan todo el cielo
Tú pesas este corazón de piedra
Rasgo de divinidad que antecede al verbo.
¿Qué mayor motivación para escribirte, que el deseo de no contemplarte?
En toda cueva hay signos nuestros. Llámalo amor si quieres,

o juego perverso de Dios como susurra mi hijo
Da igual, al final del día estaremos
Mirando el cian que borra las huellas del Sol, la última brujería del cielo.

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