Ay divinas convulsiones

de mis adentros
Quebrar de mis paredes
Temblor sísmico del ego
No me arrojes como alga de marea
En este devenir carnal desmesurado
Sálvame de lo hirviente
Pues sólo en la quietud mi alma yerga.
Lo demás es esta loca hambrienta
Que come de todo y se sacia de nada.
Déjame helarme en las nieves
de un desapego insípido
para que no pueda percibir luz más blanca
que el resplandor
sobre la blanquísima escarcha.
Y desde ahí, solo entonces
descubrir ese punto infinito
en el horizonte.

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