Lienzo de mi patria.

El grito de un cañón se silencia de pronto

ante la fiesta en la garganta de un turpial.

Las hojas caen desafiando el verdor de los escudos tropicales

que entre abrazos dejativos y balazos mal logrados,

forjaron sus relieves.

Entre clorofila y sangre le hicieron frente a la muerte,

a la del puño verde y también al bicolor

así la del grito de guerra, como al del dolor.

Los ríos rojos que traían como rumores las tormentas de otros montes,

se visten de blanco con sus encajes bordados en cada rivera.

Un eco trae el ruido de la guerra alborotando el coro de una selva siniestra.

La hija de un paisaje natural y un odio visceral que se sembró en los micrófonos

y se cosechó en los campos.

Odios ajenos, guerras ajenas,

dolores nuestros, muertes propias,

que se sientan a cenar en la misma mesa.

A beber con una mano,

a bailar con una pierna,

a cambiar el canal y a salir a la escuela,

a cazar la cena y a levantar la tienda.

Un invierno que no termina con su última gota,

un rocío que aún diluye los hilos de la esperanza.

La humedad de muchos ojos aun corre por las mejillas de mi patria rota.

De los gritos libertarios ya no se viste el viento

y en las profundas fosas de una historia sorda

se escucha Bolivar y su voz de estrofa.

Entre soldados malditos y patrias perdidas,

Se destiñe nuestra gloria. Nuestro cóndor muere,

La libertad se agota, la justicia corre, el coraje apoca.
Un amarillo que se explota por el negro y se comercia por el blanco.

Un azul que se pierde entre la turbulencia de la industria

Y el hambre insaciable de unos finos bolsillos rotos.

El rojo se derrama sobre el lienzo de la vida despidiendo a cada uno con su mejor color.

Cuero y caucho.

Botas mojadas por el mismo lodo,

aquel que nos recuerda cuán nuestro y cuán ajeno es este suelo.

Esta tierra que alimenta al soldado y al guerrillero,

con el esmero de una madre alimentando a sus gemelos.

Esta tierra que huele a café, a amapola y a anís, a pólvora en el sur

a olvido en el norte, a ceguera en el centro a olvido en la memoria.

El amanecer se tiñe de un tricolor que para siempre recordará un grito libertario,

Nuestra selva con fiereza recupera su espesura,

mientras las corrientes sonrojadas cabalgan por las venas de aquel

que con tierra en sus manos y en su suela,

se declara colombiano.

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