La Noche Bruja
I
Camino con incertidumbre
por el asfalto frío de una calle desierta.
Escucho el gemido del silencio.
La noche está calmada y vestida de negro misterio.
Un gato se asoma a un ventanuco
y me observa, yo esquivo sus ojos negros.
Continúo calle arriba entre la densa bruma
y me pierdo en la espesura del aroma a recuerdo.
Un perro ladra su descontento,
de entre verdes barrotes se escucha
la voz de su dueño: ¡Curro, calla, qué asustas al miedo!
II
Un borracho llama al sereno:, ¡abra la puerta al que llega ebrio!
Y asciendo por la cuesta que lleva a la iglesia del pueblo
y me recreo contemplando los soportales
que se conservan intactos pese al paso del tiempo.
¡La historia dejó su huella en las paredes del templo!,
una leve sonrisa de nostalgia se pierde en el pensamiento.
El cielo iriscente y la luna sonriente iluminan el callejón
en el que un pareja de enamorados se dan el adiós.
Y asciendo por la mágica alfombra de colores dormidos
entre el sonido susurrante del viento del este,
las musas expanden sus alas meciendo al sentimiento.
III
Y allá en el santuario de las brujas magas
la noche se aclara y miles de florecillas
se posan alegres en la bóveda celeste.
Un balcón engalanado de lavanda me abre el paso
y respiro complaciente el halo perfumado
que se desprende de sus pétalos morados.
Inspiración, contemplación, resurrección;
pueblo de eco silente, de camino agreste,
de juguetona orilla que al río divierte.
Y me recojo como un ovillo solitario y polvoriento.
IV
Me aislo en mi ensoñación y vislumbro
a lo lejos el caserío del tío Roberto,
sus paredes viejas y mugrientas
con olor a historia de guerra,
polvo de un pueblo que calla
la orfandad a que se vio abocada
lo más humilde de esta tierra.
Y me dejo llevar por la brisa caliente
que alborota mi pelo y que mece mis sienes.
–No se escucha el viento. ¡Por fin se hizo el silencio!
El pueblo respira a corazón abierto.
Noche mágica que cabalga en los sueños.
Confunde su risa loca al aclarar el cielo
y el gallo canta dando la bienvenida a la mañana.
Dan las cinco entre parranda y parranda.
Los hombres del campo se levantan con la alborada
y el alba se peina con peine de organza para estar guapa.
La noche se oculta blandiendo un beso
sobre la frente desnuda del nuevo día.
El sosiego le llega a la noche al destejer el manto
de estrellas, que bailarinas se arremolinan
plegándose en el regazo del velo garboso de una poesía.
Mis ojos se cierran y el cansancio latente
perturba la mente.
La calle se levanta de su cama blanca
y los primeros rayos de sol la bañan.
La noche bruja se muere en sábanas doradas.
La plaza de mi pueblo
I
La plaza de mi pueblo tiene la alegría de una fiesta.
Vestidita de verdes palmeras, baila al son de una habanera.
De día la ilumina un sol radiante;
de noche, las estrellas palpitantes
la coronan con oro y diamantes.
Altiva y de porte elegante se acicala con primor.
Es la plaza de mi pueblo un estallido de color.
Caballitos de mar la adornan y de su fuente brota
aleteante el vuelo ligero de las palomas.
II
Tiene la plaza de mi pueblo la alegría de una fiesta.
De colores del arcoiris se atavía cada mañana
y su sonrisa chispeante
embruja al viandante.
No quiero que desnuden a esta plaza,
que la dejen vacía de porte y arrogancia,
quiero que siga siendo señora
señora de caderas anchas,
de la elocuencia de tertulianas que alrededor
de la mesa charlan,
y que al frescor de las gotas de agua
que destila su loza lozana,
cantan por seguidillas lo que aquí
en mi pueblo pasa.
III
La alegría de una fiesta tiene la plaza de mi pueblo.
Un grupo de criaturas juegan despreocupadas
al balón o a la gincana.
Los extranjeros se hacen selfies cerca de la fuente brava.
Tiene esta hermosa plaza
siete rosales que perfuman a la noche
y la embriagan de nostalgia
La plaza de mi pueblo es alegre
como la danza, como el cante de una guitarra,
como un cuadro de Sorolla y como el mar que la baña.
FIN
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