Vivo con mi gato en el último piso de un edificio de apartamentos. Mientras escribo esto, él me mira a lo lejos con esa pose que sólo los felinos adoptan. Compré este lugar al hijo de un peluquero polaco. Mi calle es 5 de Febrero.

Aquí vivieron las cinco parejas de mi vida. Todas se fueron gracias a un rasgo infantiloide que me caracteriza; primero lo amaron, después lo odiaron y huyeron con un “Vete a la mierda” en la boca, o cualquier otro vituperio epitáfico.

Pero no hablaré de mí, del hijo del peluquero polaco, mi personalidad catártica, mis exparejas o de Buko, mi gato.

Hablemos de calles. Pero separemos Funcionalidad y Símbolo. Los gringos son especialistas en lo primero. Trazan y numeran. Pares corren de norte a sur e impares de poniente a oriente. Sabes que de la 3 sigue la 5. Fin. El imperio es práctico.  

Aquí es distinto. Los símbolos nos gritan. Mi calle es de espíritu republicano, me gusta. Es honor a la Constitución, esa que dice que los recursos del país son nuestros, que la educación es gratuita y que el trabajo será bien remunerado.

La incongruencia comienza cuando veo a las sexo servidoras de mi colonia. 400 pesos más el cuarto. De ahí sale la cuota al policía. El cobro es en efectivo y a veces en especie.

Más al norte, 5 de Febrero pasa por la colonia  Obrera. Imprentas, bordados y serigráficas. El salario es una mierda en la calle que protege a los trabajadores.

Sigamos caminando. Ya estamos en el Centro Histórico. Todo es renacentista, barroco y neoclásico. Hasta los “Macdonals” parecen diseñados por Manuel Tolsá.

Aquí la calle hace honor al símbolo. Las familias hacen compras, los edificios de gobierno son hermosos y los funcionarios y burócratas tienen pinta de decentes. Pero justo a esta altura es cuando más se traiciona a la nación. El palacio nacional está vacío.  

En ocasiones los ciudadanos exigimos que el ejército no nos mate, que el diputado no nos venda, que el presidente sea el primer siervo de la patria. Cientos de miles hemos gritamos por 5 de Febrero, por 20 de Noviembre, por Madero, por Juárez.

Pero las calles no son lo que aparentan. 5 de Febrero es una falacia, un espejismo. A finales del siglo XVII se llamaba Aduana Vieja. Por aquí pasó el oro que nacía “en las indias honrado” y, en tiempos precolombinos, los tributos que los aztecas cobraban a los pueblos sometidos.

5 de Febrero se ríe de nosotros. Es la oxidiana, la biblia, la espada, el “15 uñas”. los gringos, los gabachos, los ingleses, Don Porfirio y la dictadura perfecta.

Ésta es mi calle: hipócrita, bella y llena de soñadores que buscamos un mejor mañana.

Aquí viven y mueren almas buenas, como mis ex parejas, el hijo del peluquero polaco, Buko o yo -con mi rasgo infatiloide-.  

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