BORIS LOMAKIN
Boris Lomakin, saltó del escritorio y bajo corriendo las escaleras tan rápido como sus pesadas extremidades se lo permitían. Sudoroso, gritaba imprecaciones en ruso, condenándonos al infierno. Era tercera vez en el día que repetíamos la broma: tocábamos el timbre y nos escondíamos. “Ya verán no más” gesticulaba sulfuroso. “No regalaré petardos, ni dulces este Año Nuevo…”.
Don Boris era un hombre de corta estatura. Calvo, usaba un bigote muy cuidado que le daba un aire eslavo inconfundible.
Lo escuche hablar con unas muchachas que habían llegado al barrio, hacia muy poco:
– Usted no es de Chile. ¿De dónde es su acento?
– Soy de Rusia, de una ciudad industrial que se llama Vladivostok, tengo algunas fotografías y postales del lugar por si las quieren ver – Les sonreía picaron.
Nosotros aparecimos como una bandada de loros, gritándole : ¡¡Don Boris,¡Don Boris regálenos dulces, dulces!! Rebuscando en sus bolsillos, aparecieron caramelos envueltos en papeles de colores brillantes. Redoblamos la algarabía por si tenía más dulces. Un agudo chillido que venía de la ventana del piso de arriba nos hizo callar. Miramos sobresaltados. Su mujer gritaba algo que solo él entendía. Enrojeciendo se dio media vuelta y se fue a su casa.
Los chicos nos burlábamos de él a sus espaldas y mostrábamos con los dedos sobre la cabeza, los cachos del buey.
Su mujer Irina, era muy enojona. Alta como una emperatriz, caminaba muy erguida y abrigada con una estola de piel. Usaba un larguísimo collar de perlas y una boquilla de marfil eternamente prendida en su boca.
Don Boris vivía en la calle Lautaro Rosas antes conocida como Santa Victorina. Era una calle con bellas casas, de tipo victoriano, con jardines interiores que se descolgaban del cerro. El vivía en una casa de tres pisos, que conservaba algo de la elegancia aristocrática de la calle. Tenía un auto Ford de colección con una brillante carrocería gris perla que cuidaba como una joya, y que su chofer limpiaba obsesivamente.
Al final de ese año de la casa de Don Boris, salió un ataúd con los restos de su mujer Irina, víctima de un ataque al corazón.
Extranjeros del Este como don Boris llegaron arrancando de la segunda guerra mundial, a vivir al puerto de Valparaíso y se quedaron en el Cerro Alegre.
En vísperas del Año Nuevo, cuando salimos a la calle a jugar con la idea de hacer ruido y espantar al viejo año, Don Boris nos repartió: petardos, cuetes, estrellitas, viejas y pisacuetes. También invito a los vecinos a su terraza a tomar champagne, refrescos y galletas con caviar, servidos por su mayordomo.
Las sirenas de los barcos anunciaron las doce de la noche y corrimos a los balcones de nuestras casas a ver los fuegos artificiales en el mar. Su vecino nos contaba que Don Boris estuvo lanzando preciosas bengalas desde su ventana y cantando a voz en cuello viejas canciones rusas.
FIN
CALLE LAUTARO ROSAS CERRO ALEGRE
VALPARAISO – CHILE
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