Anochecía…
Titilaban las estrellas mientras yo continuaba allí parado, soñando que ocurriera lo que tanto tiempo había anhelado.
Se levantó una brisa agradable y fresca…
El mar comenzaba a inquietarse, sus olas, se estrellaban incesantemente contra la arena, formando una espesa estela de espuma. Yo permanecía allí, en silencio, contemplando con desinterés aquella escena. No era lo que estaba esperando. Apreté mis manos dentro de los bolsillos del abrigo, tratando de apaciguar aquella actitud que me fastidiaba. Tener aquellos pensamientos nefastos alteraba mi templanza. No podía soportarlo. Susurro de voces interior se mofaban de mí.
La incertidumbre de la espera me estaba matando. Había dejado de fumar, ni siquiera aquel recurso paliativo podía calmar tan angustioso instante… tampoco me aplacaba el mirar constantemente mi reloj… Encogí mis hombros levantando las solapas del abrigo e intenté tranquilizarme evocando su rostro.
Miré hacia el cielo con inquietud… en ese momento, unas suaves y delicadas manos cubrieron mis ojos. Un destello de alegría hizo que mi corazón galopara dentro de mi pecho como un salvaje corcel.
Pronuncié su nombre tímidamente, temiendo equivocarme. Sin embargo, su inconfundible perfume me incitó a repetirlo de nuevo, esta vez con más frenesí.
Me di vuelta como pude. Había venido…estaba aquí… sus ojos brillaban como dos luceros inquietos en el marco de su pálido rostro…
Sus labios buscaron los míos en el calor de un apasionado beso.
Le abracé emocionado, temiendo que en ese acto podría dañar aquel delgado cuerpo. La pasión de su respuesta, no obstante, me hizo comprender que nada de eso importaba.
¡Por fin se desvaneció la insidiosa espera y aquella burlona vocecita!
El amor llegó a mi vida. Titilaban las estrellas… Y esta vez sí, la noche, me pareció más bella.
FIN
PLAYA DE LA MALVARROSA. VALENCIA
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