¿Has visto cómo está el cielo? No te fijas. Cantas. La luz es tan sombría que cuesta distinguir si es de día o de noche. Son las diez de la mañana. Es domingo. Por eso caminamos mientras él duerme. El mismo paseo de todas las semanas. Los mismos pensamientos a medida que nos acercamos al puente. Otra vez lo estoy pensando. Perdóname por pensar. No te hago mal pensando. Me asalta la tentación de sentirme culpable. Las tentaciones están ahí, al acecho, atrayendo. Las combato mirándote. A duras penas te sonrío en lugar de llorar el amargor seco, el nudo corredizo que se ciñe a la garganta. Tus ojos lo aflojan sin pretenderlo.
Te sueltas de mi mano. Es un momento, pero el miedo me vapulea como a una muñeca de trapo hasta que vuelvo a notar el calor de tu ignorancia. Me arrepiento. Te juro que no volveré a pensarlo. Se acabaron los saltos, los vuelos. Dentro de un rato volveremos a casa. Tú seguirás siendo feliz. Crecerás. Serás un hombre y entonces volaremos los dos.
Señalas la araña, nos adentramos en la niebla y me pides que cantemos la canción con la que te arrullaba. No te cansas. Sigue siendo tu canción. «La pequeñita araña subió, subió, subió. Cayó una lloviznita y se la llevó. Salió el sol y todo lo secó. La pequeñita araña subió, subió, subió.»
Salimos de la bruma. Una lluvia indecisa se retrasa. El sol se cuela entre dos nubes opacas como tu padre y yo. Echas a correr. Cantas. Ajeno a mis pensamientos. A salvo. Te despides de la araña como si adivinaras que el próximo domingo no vendremos. No vendremos más. Ya habrá tiempo de volar. Cuando seas grande. Cuando no me necesites.
FIN
Puente de La Salve – Bilbao
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