Me llamo Jan y hace poco me mudé allí. Sí, hablo de aquel sitio del cual todo el mundo habla pero nadie quiere entrar. Hablo del edificio viejo abrazado por otros, que guarda la sombra por todos sus ángulos con ríos de grietas saliendo de su corazón hecho de cemento, sudor y sufrimiento. Hablo del edificio Kryl.

El tipo raro que me alquiló el piso me comentó que era un sitio de pocos vecinos pero que cambiaban bastante. A mí no me sorprendía mucho ya que era una cuidad llena de fábricas que cerraban y abrían sus puertas como en un supermercado. En el bloque éramos pocos, pero había una puerta muy especial. Los muros que la contenían estaban impregnados del misterio y atracción letal.

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Los lunes me encontraba casi siempre con Adin. Un hombre mayor con barba y un abrigo negro que arrastraba por el suelo, dejando los hilos y unas perlas extrañas como recuerdo de su presencia. Siempre creí que era un mensajero.

Los martes y miércoles me topaba con Igor. Se parecía mucho a mi padre. Tenía pelo largo y siempre encendía su cigarro a oscuras subiendo las escaleras, como si quisiera iluminar aquella cueva, que todos llamaban casa.

Los jueves venía Carlos empujando sus dos maletas y frecuentemente me tocaba el timbre para ayudarle con ellas.

Los viernes no me ponía la alarma, porque era el día que venía el maestro Rig. No se si era cantante de opera, pero sabías cuando se acercaba porque le oías cantar desde la calle.

Los fines de semana era un sin fin de entradas y salidas de aquel piso. A veces me ponía en la ventana a mirar y esperar quien venía para poder por lo menos salir a saludar.

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-Gabriela, cómo está?

-¡Bien señora Marciel!

-Hoy está la escalera bastante limpia, ¡solo limpié las ventanas y pomos de las puertas!

«Que opina sobre el nuevo vecino?» preguntó la señora Marciel.

-Es buen chico! No se despega de las ventanas, observando el mundo que le rodea.

-Pues yo a veces me asusto viéndole hablar solo en la escalera!

-¡Sra.Marciel, Jan es inofensivo! Déjele y no irrumpa en su mundo. Aquella puerta vacía es su única puerta de bienvenida que le ayuda salir de su prisión y hace de puente con el mundo exterior. Me permite regalarle una sonrisa y desearle un buen día, ayudar a recoger sus canicas de colores del suelo y meterlas en las dos maletas que tiene apoyadas en la pared de la entrada. También suelo apagar la luz, para dejarle encender su mechero perdido en la oscuridad, levantándolo como una antorcha que ilumina su alma desde lo mas profundo de su ser, dividido y roto en dos partes que no dejan de perseguirse.

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Esta mañana encontré dos canicas azules, pero esperaré cuando salga a dárselas. Hoy es viernes y es su día favorito para escuchar música clásica.

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FIN

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Buzulucká, Košice, Eslovaquia

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