Toda la vida me crié con vista a la calle Ameghino. En una casa construida por mis abuelos, en el barrio de La Teja. Cuando cumplí 15 años me mude con mis padres una cuadra más arriba, a otra casa más grande y de dos pisos. Una casa desubicada de linda para lo que es el barrio en sí pero a la que los vecinos supieron acostumbrarse rápidamente. Recuerdo haberme molestado cuando supe que nos quedaríamos en el barrio y aunque hoy yo ya no viva ahí les agradezco a mis padres por seguir manteniéndola porque es la excusa más hermosa de mis domingos para poder volver al barrio y pisar una vez más la que siempre fue mi cuadra. Porque esa calle me dio todo. Una amiga con una gran voz que no tiene nada que envidiarle a Adele, lo juro. Un perro abandonado que nunca me abandono. Un novio que vivía a tres cuadras y que creí que sería el amor de toda mi vida. Una vecina que sabe curar el mal de ojo. Y otra que una vez le dijo a mi madre que iba a ser abuela y antes de que le diera un ataque le aclaro que era por culpa de nuestro perro. En Ameghino rara vez caminamos por la vereda y sabemos todo sobre el cuñado del amigo del mejor amigo de nuestro vecino. Es lindo ver como todavía hay niños que no se cansan de jugar a la pelota sobre ella mientras usan sus championes para marcar los arcos. Es lindo volver cada domingo y que siga siendo tan ella. La que supo ser tranquila, la que supo ser alguna vez calle de feria, la que supo ser cómplice de una despedida y de un nuevo nacimiento. Es lindo reencontrarme contigo todos los domingos y verte así Ameghino, tan auténtica, tan casa.

FIN

AMEGHINO, MONTEVIDEO – URUGUAY

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