Mi calle, en el recuerdo

Mi calle, en el recuerdo

  Cuando alguien me preguntaba el nombre de mi calle, al decírselo, hacía una mueca de asombro burlón, sin decidirse a ningún comentario. Su equívoco significado hacía dudar entre la ironía y el respeto.

Calle de la Pasión, así se llamaba la calle donde viví mi infancia yi juventud. Cuántas veces la recorrería sin pensar en las historias que transcurrían tras los cristales de ventanas, miradores y balcones.

La calle tomaba su nombre de la Iglesia de la Pasión, cuya fachada se ladeaba un poco de los dos edificios a los que estaba adosada y la acera hacía un entrante irregular para acceder a ella. El templo estaba cerrado al culto y así estuvo varios años hasta que se transformó en un pequeño museo donde a veces se ofrecían recitales de música.

La Pasión era una calle corta y no muy ancha. La recorría entera en aquellas mañanas de niebla invernal con la cartera a cuestas y la bufanda al cuello, cruzándome con las gentes que apresuradas se dirigían al trabajo o las amas de casa que volvían de la compra. Recuerdo un 22 de diciembre escuchando de las radios encendidas a todo volumen los números de la Lotería Nacional mientras iba al colegio y la alegría de sentir que se acercaban las vacaciones de Navidad.

A finales de los años 50 llegaron a la ciudad lo que llamaban Jornadas de Misión y en mi recuerdo han quedado los Rosarios de la Aurora que organizaba la parroquia y cuyos misterios cantados por la voz recia del párroco y las temblonas de los fieles, se escuchaban en aquellas madrugadas frescas de la primavera, cuando la procesión recorría mi calle.

En Semana Santa, la calle hacia honor a su nombre, al recibir en su seno, las imágenes de la Pasión del Señor entre bandas de música y capuchones.

Pero el año se estrenaba con una procesión más alegre, la cabalgata de los Reyes Magos, que fue evolucionando con los años desde un simple desfile de los tres magos montados en borriquillos y pajes a pie lanzando dulces y serpentinas a la chiquillería ilusionada, hasta una complicada comparsa de carrozas adornadas de brillantes coloridos y grandes tronos para sus majestades que, afortunadamente para los niños y niñas que los miraban embelesados, no habían perdido la tradición de lanzar caramelos a los espectadores.

A veces me pregunto cuántas historias de vida guardará la memoria de mi calle, cuántas casas abatidas y vueltas a levantar, cuántos comercios que abren y cierran sus puertas, y sin embargo, el espacio de la calle siempre es el mismo, ofreciendo sencillamente un lugar para vivir.

A los 40 años dejé mi casa, mi ciudad y mi país, y me fui con la maleta al hombro a buscar nuevos rumbos en mi vida. Dejé mi calle a merced de cambios y modernidades que al regresar, después de los años, contemplo con admiración, asombro y un poco de nostalgia del pasado.

CALLE DE LA PASIÓN. VALLADOLID. ESPAÑA

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