Ave María. Esta calle tiene nombre de confesión. Nos conocimos aquí abajo, Miguel, casi en la plaza de Lavapiés. Qué universo es este barrio, qué de cosas esta calle. Ahora voy subiendo y veo de refilón el fantasma del cine Barbieri, hoy un garaje vulgar que no hace caso de sus recuerdos de fama. ¿Te acuerdas cuando lo descubrimos y nos colamos allí?

Entre los dos podríamos contar mil historias de cosas que vivimos en estos metros de acera. Veo el Olivia, no sé si sabes que nunca me gustó el camarero que te miraba tanto, aunque la música era buena y a ti te encantaba.

Sigo subiendo, y me parece verte subir en paralelo a mí por el otro lado de la calle, cómo cuando nos enfadábamos. Me dan ganas de llorar, un acceso de llanto incontenible por ver tu presencia fugaz que sólo está en mi cabeza. Echo de menos cuando nos enfadábamos. Necesito verte de nuevo.

Sigo subiendo, y pienso que esta calle también tiene nombre de penitencia, de castigo a mis pecados. (Rece cuatro avemarías y será absuelto.) Un ascenso celestial, un extraño viaje hacia el centro de Madrid.

Cruzo frente al bar del primer beso, te gustaba mucho ese sitio Miguel. Ninguno éramos inocentes y lo fuimos, nos quisimos tal cual. Sé que cuando nos encontramos por casualidad un mes después en el mismo sitio a ti pareció un designio del cielo, un guiño del karma, y yo también lo vi así.

Continuo andando y andar es subir. Paso por la tienda del vietnamita con el que peleamos al querer comprarle sólo medio metro de cuerda y huimos riéndonos. Si miro a través del escaparate a veces veo nuestro reflejo pasado caminando por la calle.

Subo como en un via crucis terrible, Miguel. A un lado queda el Doré, pero no lo veo. Allí también pasaron cosas, la primera vez que fuimos al cine, la última. Yo te llevé, tú nunca habías ido.

Miguel, estoy subiendo los últimos pasos de este ascenso infinito y me cuesta, y no es por la inclinación de la calle porque aquí se relaja. Es una fuerza que me impide terminar, es una polaridad contra el lugar en el que esta calle acaba en el mapa, pero esto es una confesión y una penitencia al mismo tiempo. Doy unos pasos y llego al cruce exacto con la calle Magdalena, el lugar en el que cuatro toneladas de acero y plástico te quitaron la vida. Ave María, es nuestra historia.

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