Cuenta la leyenda que existe un hilo que une a todos aquellos que están destinados a amarse.

Pero ese legendario hilo es rojo.

Aquella tarde de sábado, en los campos de las afueras, me sentí desconcertada por un extraño hilo plateado que se extendía ante mí. Además, ninguna de las pocas personas que pasaban por allí lo percibía.

Un anciano con aspecto de mendigo se me acercó.

-No llevo nada, lo siento- le dije.

-No importa. Sólo vengo a decirte que sigas el hilo.

Se me pusieron los ojos como platos.

-¿Usted puede verlo?

-Sigue el hilo- insistió él.- Te llevará hasta el amor.

Eso me sorprendió aún más. ¿El hilo del amor no era rojo? Eché otro vistazo al misterioso filamento, buscándole  destellos de este color. Pero era puramente plateado. Cuando me di la vuelta para preguntarle nuevamente al mendigo, éste ya había desaparecido.

Me asusté tanto que salí corriendo en la primera dirección que enfilé. 

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Pero, cuando conseguí calmarme, descubrí que el hilo continuaba delante de mí. No lo había perdido de vista.

La curiosidad pudo más, y comencé a seguirlo. Me llevó hasta la puerta de un hermoso jardín que jamás había visto. El hilo me obligaba a entrar allí.

Reuní valor y lo hice.

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Lo primero que encontré fue un laberinto, llamado el Guardián de los Huertos. Pude atravesarlo airosa, sin perderme, porque permití que el hilo me guiara en todo momento por la dirección correcta.

-Enhorabuena- dijo una voz.- No todos consiguen salir vivos de aquí.

Pero yo no veía a nadie. ¿Sería el espíritu del Guardián quien me había hablado? De todos modos, presentí que no debía pararme a pensar en ello.

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La siguiente parada fue la Plaza de los Sentidos. Allí noté una activación repentina de todo mi sistema sensorial. Comencé a descubrirles dimensiones desconocidas a los objetos que me rodeaban.

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El hilo me llevó, finalmente, a la zona más importante: la Montaña Sagrada.

La subí.

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Y allí, de pronto, todo se hizo luz. Cerré mis ojos. Me invadió una paz absoluta y, acto seguido, tuve una visión: el interior de un cuerpo humano. Una víscera se presentaba ante mí: era un corazón. Mi corazón. Lo reconocí por el hilo plateado que desembocaba en él. Y, automáticamente, se transformó en un espacio de fondo azulado lleno de estrellas, nebulosas, gigantescas rocas de colores y otras maravillas. Y supe que aquello era yo. Olvidé momentáneamente que pertenecía a la Tierra. Yo formaba parte del Universo, y éste de mí.

Había descubierto mi verdadero ser.

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Entonces vi nuevamente mi corazón: ahora, además del plateado, surgía de la víscera otro hilo, que iba alargándose. Era de color rojo.

Abrí mis ojos: pude ver al nuevo hilo saliendo de mi pecho, bajando la Montaña Sagrada y perdiéndose, a lo lejos, en el interior de la Isla Citerea.

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¿Quién me estaría esperando detrás de aquellas hermosas flores? Pronto lo sabría. Ya estaba preparada para ello.

FIN.

CALLE CANAL DE NAVARRÉS (JARDÍN DE POLÍFILO), VALENCIA, ESPAÑA.

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